sábado, 20 de diciembre de 2008

Y va el de arriba y me envía por partida doble (Nepal, 20-12-2008)


Namaste, que significa hola por estos parajes, aunque yo suelo decir: No Más Te, coffee please. Porque me estoy ahogando de tanto te con leche. El café no está tan extendido como el te por estos pagos. Aunque está muy rico con la especias que le meten

Pero entrando de lleno en el tema de hoy he de decir que en innumerables ocasiones que los ciclistas (hombres) nos encontramos en el camino solemos comentar nuestros sueños. El de dar la vuelta al mundo en bici (o la vuelta a algún continente) no lo mencionamos pues desde que lo hemos comenzado a realizar es tan nuestro como la luna llena que los amantes se regalan de madrugada. Pero, ¿cómo podría ser ese sueño más perfecto? Nos miramos y sonreímos cómplices de la misma idea. Se trataría de encontrar otro ciclista (mujer) pedaleando EN TU MISMA DIRECCIÓN. Y de tanto bromear sobre ello y de tanto pedirlo en mis madrugadas de luna llena sin más sombra que mi sombra, va el de arriba y me presenta dos rubias de ojos azules tomando un té al borde de la ruta con las bicicletas recostadas y apuntando en la dirección que yo llevo. Harto ya de que me ocurra lo que a Cenicienta a las doce de la noche, antes de acercarme a su mesa, les pregunto con mi dedo índice sobre cuál es su dirección y? BINGO. Vamos todos a Katmandú.
Que alegría, que alboroto, otro perrito piloto !!! solían decir en la tómbola de San Fermín (Pamplona) cuando alguien ganaba un premio. Su viaje es un parto. Tan sólo nueve meses, el tiempo que pueden alquilar su casa de alquiler en Holanda sin que el Gobiernos les moleste con impuestos. Han abandonado sus empleos de profesoras en la escuela de primaria y se han lanzado en bici para salvar la distancia entre el sur de la India y Singapur en nueve hermosos meses. Aunque lo tienen tremendamente difícil para pasar de Nepal a Tibet pues el Gobierno chino no da visas ni permisos, esperan lograrlo. Y si la fe no mueve montañas al menos derrite la nieve de la cima, digo yo. Nunca antes habían hecho un viaje en bici pero en África, donde estuvieron de viaje unos meses, les entró la curiosidad. En parte porque se hartaron de esperar autobuses y de ir sentadas en ellos contemplando el mundo desde la ventanilla sin poder olerlo, tocarlo ni escucharlo. Viajar en bici es mejor que tener en casa un equipo de video y sonido de última generación. La realidad es la realidad y el resto son meros cuentos para niños. Pero es que además conocieron entonces un chico, español-vasco, que viajaba en bici por el mundo y les endulzó sus oídos?, y ese chico es Lorenzo, mi amigo Lorenzo a quién yo encontré en Mozambique y ellas en Malawi (EL MISMO AÑO). Y ahora me encuentro yo con Su y Sha (divertidos nombres) años más tarde en Nepal.
Si hacía días compartía ruta con mis amigos Daisuke y Salva (moriros de envidia con esta crónica, jejejeje) ahora lo hago con dos mujeres de holanda, dos tulipanes que hacen que no sienta las piernas. Mi presencia espanta un poco a los hombres locales que antes se acercaban a ellas con un único propósito. Sobre todo en la India. Durante más de veinte kilómetros llevaban pegado a su rueda un motorista que no hacía más que emitir estúpidas risas y que trataba de tocarlas. Sin embargo esas vejaciones de una sociedad tan religiosa y tan podrida en muchos aspectos a la vez no minaba sus ganas de comerse el mundo desde la bici. Ahora que la han probado aseguran que han ganado en libertad.
La primera jornada llegamos a Lumbini, un lugar tan sagrado para los budistas como lo puede ser el portal de Belem para los cristianos o la Meca para los musulmanes. Parece probado que en el año 563 A.C. un tal Gautama Siddharta (luego conocido como Buddha), nació aquí. Hijo de Suddhodana y de la princesa Maya Devi, tenía una vida de esas que se dicen resueltas. Tras vivir veintinueve años en palacio salió por primera vez al mundo exterior y se encontró con una realidad muy diferente de la que él estaba acostumbrado. Algo parecido a cuando ves un documental del National Geographic en tu super tele plana y luego viajas al lugar de los hechos y los ves por ti mismo. Pues bien Buddha, tras el choque con la realidad exterior, se tiró cuarenta y nueve años meditando hasta llegar a la conclusión de que el sufrimiento de este mundo es provocado por nuestros deseos (de tener y de ser) y que apagando esos deseos el mundo estaría en Paz. Han pasado muchos años desde que Buddha se iluminó con esos pensamientos y a la vista está de que poseer bienes materiales es sin embargo el objetivo de la mayoría de los mortales. Yo me contentaba sólo con una holandesa, pero el de arriba, generoso o con mala leche, me ha provisto de dos.
Lumbini es un lugar de silencio, roto por los pájaros que saltan felices de bandera tibetana en bandera tibetana, por el repetitivo tambor de un monje que recita su mantra en un templo budista del que antiguos olores se cuelan por cada columna y se deslizan en un mágico avance por el suelo de mármol desgastado por miles de pisadas. Los peregrinos de todos los países caminan, descalzos, en respetuoso comportamiento encendiendo velas de mantequilla bajo el árbol del que la madre de Buddha se sostuvo antes de caer rendida y dar a luz a su hijo. Muchas pagodas se han erigido en estos campos de luz infinita y silencio exportable a la India.
Mis dos tulipanes se quedan unos días más de descanso en Tanza, un lugar alejado de la ruta desde el que se observan ya las primeras estribaciones del Himalaya vestido de blanco para la ocasión. Yo debo correr, volar casi, para llegar a tiempo a la gran cita de este mes. Mi gran amigo Roberto vuela también este viernes de Bilbao a Katmandú (por etapas y aeropuertos múltiples) para verme DIEZ DÍAS. Con ilusión voy a ese encuentro que significa tanto para mí. Un amigo de hace más de veinte años vuelve a dedicarme unos días de sus cortas vacaciones para regalarme su presencia a gastos pagados por él mismo y poder así mantener la amistad fresca como un tulipán. La amistad es uno de los mayores regalos que uno puede dejar en esta vida. Y, esta vez, cambio con gusto mis dos frescos tulipanes por el cardo borriquero de Roberto Carnicero.
Desde Katmandú, a escasas horas de abrazar al Gran Portu, paz y bien, día 1.493 el biciclown.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Sensualidad en la pedalada (Nepal, 11-12-2008)


Cuando pedaleo estos días escucho las ramas de los árboles sacudidas por el viento del Sudeste. A mi izquierda se alza la gran cadena montañosa del Himalaya y, por el fértil y alargado valle que recorro, las construcciones de adobe se alternan casi sin dar tregua a los campos de cultivo.

Al principio pensé que era un espejismo, una visión deformada producto de las miles de horas encima del sillín, pero tras confrontarlo con otros ciclistas (locales) he confirmado mis sospechas: a diario hay más bicis en la ruta que vehículos a motor. Incluso estoy viendo gente caminar kilómetros y kilómetros, bajo el omnipresente sol de diciembre. Los pocos camiones que me cruzo ya no aburren con su estúpido claxon sino que se apartan con delicadeza del rumbo, lento pero ecológico, de la bicicleta. Y lo que es más increíble aún es que muchas de esas ciclistas son mujeres.

Una mujer pedaleando es una de las imágenes más sensuales y provocativas que se pueden evocar. Pero cuando esa mujer lleva un colorido shari, un pendiente (o dos en la nariz), te traspasa con sus ojos negros y profundos como nuestras miserias, sus carnosos labios te apuntan y descubren una boca perfectamente blanca, más aún que las nieves del Himalaya, tu bicicleta se agita nerviosa como un potrillo corriendo por la inacabable meseta.

Esa visión es la que diariamente contemplan mis ojos. Me voy a la cama cada noche, cansado, pero deseando que amanezca para volver a cruzar mis miradas con esas mujeres nepalíes, de pieles oscuras como las africanas, de pedalada suave como la tela del shari.

Cuando la nepalí pedalea, con su trenza rozando el sillín, se me mueve la carretera, el Himalaya parece sacudirse como por un terremoto y mi sonrisa crece como los kilómetros en mi contador. Su cadencia es ligera, suave como la nana que se cana a los niños al dormir, y parece que la carretera es la que va quedando atrás, rendida ante tanta belleza. No hay esfuerzo en su movimiento de piernas sino puro baile. El sol de la tarde dora aún más si cabe su piel y realza sus blancos y alineados dientes. Uno desearía morir en ese instante en que la nepalí te mira y te sonríe. Cada una diferente, cada una de su padre y de su madre, y todas atractivas.

Me encuentro en Nepal, un país que me recuerda mucho a África. Por lo supra mencionado de las mujeres, pero también por los diarios cortes de luz, por ver a las mamas cargadas como mulas acarreando leña, por observar de nuevo a niños trabajando, por ver a gente caminando con los zapatos en la mano, por contabilizar menos comercios en las aldeas y por la escasez de hoteles. Hay días que tengo que rodar más de cien kilómetros para poder llegar al único hotel del único pueblo que lo tiene. Allí, entregado como el toro tras la faena de muleta, no puedo negociar el precio. Tan sólo asentir. Afortunadamente no supera generalmente los dos euros. Me encuentro sin embargo con dificultades económicas. No se qué ley del gobierno prohíbe a los locales la posesión de moneda extranjera y tan sólo se puede cambiar en algún banco oficial. El primero lo encontraré tras seis días en el país, por lo que sobrevivo ahora con una media de dos euros y medio por día. La comida es barata y por 0,60 céntimos de dólar puedes comer el plato de la foto y repetir las veces que quieras. Lástima que no se pueda repetir de ciclista nepalí. De momento ni siquiera probar, sniff. Me siento como visitante de una fabulosa exposición pictórica: ver pero no tocar.

Desde Nepal (para la sensualidad Letal), Paz y Bien, álvaro el biciclown.

martes, 9 de diciembre de 2008

India: prueba superada (India,09-12-2008)


Vishnu, una de las encarnaciones de Brahaman el Dios sin forma de los Hindúes, dejó caer una gota de néctar y puso su huella. Algo así como la calle de las estrellas en Estados Unidos.

Pero eso ha convertido a Haridwar en una de las siete ciudades santas del hinduismo. Lo que provoca cada día riadas de cientos de peregrinos que dejan dinero en los templos y hacen donaciones a los gurus. Cada doce años hay un gran festival llamado Khumba Mela al que acuden millones de seres humanos. Tendrá lugar en el dos mil diez en Haridwar. Por la tarde, al oscurecer, los creyentes y los curiosos se congregan cerca de Har-ki-Pairi (la huella de Dios) para aistir al Ganga aarti: una ceremonia de bendición en el Ganges. Unos hombres vestidos de azul te persiguen para que colabores con la tasa de mantenimiento y con la tasa de donación. Son capaces de darte un recibo en el acto. Tremenda eficacia recaudatoria. Las campanas redoblan, y las antorchas se encienden al unísono. Los más fervorosos depositan en el río una cesta de hojas de plátano que contiene flores y una pequeña llama. En ella dejan también sus plegarias que se hundirán en los próximos cien metros con un poco de suerte. Logicamente también están los que se bañan, un poco por creencia y un poco por exhibicionismo. Y como no los que beben unas aguas que, en el mejor de los casos, contienen tifus. Río arriba las vacas también se bañan y juegan en el Río sagrado. Terminada la ceremonia el auténtico ruido se hace dueño de nuevo de las calles: la bocina.
India vive inmersa en una terrible polución. Las bolsas de plástico son quemadas a diario lanzando su contaminante humo a los cielos (tal vez sea una nueva forma de invocar el fervor divino). El nivel de ruido rompería cualquier medición y, en ese constante stress, los indios llevan a cabo su vida religiosa. Increíble contraste.
Hoy me han levantado a las tres y media de la mañana. La ciudad en la que me tocaba encontrar alojamiento no era de lo más amable. Tras un recorrido de diez minutos por el centro no pude dar con ningún hotel. Nadie consiguió ayudarme tampoco. Todo eran risitas y estúpidos Hello. Recurri una vez más a la Gurdwara: el templo Sikh. Es esta una de las religiones más coquetas que conozco. Los hombres pasan cada día casi media hora delante del espejo ajustándose el turbante. Y también es una de las religiones más madrugadoras. Me dieron sitio para dormir, en un cuarto infestado de mosquitos, pero ya me advirtieron que a las tres y media de la mañana habría cánticos. No hacía falta que me invitaran a participar. Los amplifican con megáfonos por todo el templo y, por si me hubiera dormido, encendieron la luz del cuarto. Gentil manera de hacer que uno siga siendo alérgico a las religiones. Sobre todo a las que dan más importancia al ritual que al descanso. Así que, tras un vasito de té para desayunar, me encontré en la calle con la amanecida.
Ultimamente me echan a patadas de los sitios. La penúltima de un parque natural. Una reserva de tigres por la que, mala pata, cruzaba la carretera. Los oficiales forestales con los que pasé la noche en una casucha no fueron capaces de advertirme que mi camino se toparía con la entrada de la reserva y que me era imposible cruzarla en bici. Una muestra más de la clase de ayuda que te puedes encontrar en la India. De bruces con la barrera el funcionario esbozó un NONONONO, antes que la sonrisa. Y eso marca a un payaso. Tras discutir un rato, sobre todo al ver a los locales cruzar en bici, me obligaron a tomar el autobús de las dos. Cuando pasó a las tres sabía que no tenía otra opción. No eran más que veinticinco kilómetros pero no hubo manera de convencerles que me dejaran pedalearlos. Los locales, decían, se quedaban en la villa situada a solo dos kilómetros. Durante el trayecto en el techo del autobús golpeado por las ramas de los árboles, solo pude ver unos ciervos. Ni más grandes ni más bonitos que los que me habían salido al paso horas antes cuando pude pedalear por la reserva. En cuanto salimos de la zona de peligro me bajé y seguí pedaleando. Pensé que ya no habría más animales. Un ruido, como si un elefante moviera tres árboles a la vez, me sorprendió. Y, efectivamente, era un elefante. Él pareció asustado también de ver un ciclista tan cargado a esas horas de la tarde y entró en la selva. Dejé la bici y traté de seguirle. Parecía imposible que con semejante cuerpo hubiera podido pasar por lo frondoso del follaje sin derribar más que un par de árboles. Se detuvo y me miró. Aunque tenía la cámara en la mano, ambas eran puro temblor. Me di la vuelta y regresé a la bici con la intención de salir cuanto antes de la reserva.
Hoy he salido de la India y he entrado a Nepal. Algo he echado en falta al cruzar la frontera. Por cierto una de las más tranquilas, con la gente atravesándola a pie cargada de bultos. Pues entre Indios y Nepalíes no hay exigencia de control de pasaporte. Faltaba el ruido de la India. Posiblemente porque hay un nivel económico menor aquí en Nepal, la gente no se desplaza en motos ni en coches, sino en bici. Chicas, jóvenes, rickshaws, familias y niños van de un lado para otro en bici. Juro que el ambiente es mucho más tranquilo que en la India, que las sonrisas abundan, que las mujeres son más hermosas y que he vuelto a hablar. El terrible ruido de la India me había provocado un efecto de silencio interior. Me defendía de tanto bocinazo con un retiro de silencio. Ahora lo he roto pues el clima afuera no es tan hostil.
Atrás queda el ruidoso gigante Indio, al que he de volver cuando salga de Nepal a finales de enero, aunque de momento la primera prueba la he superado sin rotura de tímpanos.
Desde Nepal, Paz y Bien, álvaro neil el biciclown.

P.D. He visto ya las primeras pruebas del libro de fotografías, Diario fotográfico de un payaso en África, y el rojo se va a llevar esta Navidad.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Un oasis en el caos (India, 05-12-2008)


Las vacas, asustadizas en otros países ante el contacto humano, en las calles de Rishikesh tienen preferencia de paso. No basta con un simple grito para que se quiten de tu camino y está mal visto golpearlas. Su conducta y movimiento las hacen más parecidas a un gato que a un bicho de más de doscientos kilos. Como han perdido el prado en el que pastaban van mordisqueando bolsas de galletas que el viento arremolina en su húmedo hocico.

Son vacas sagradas pero un tanto desubicadas. Los vendedores de frutas y verduras luchan sordamente con ellas que, al mínimo descuido, ya les han robado un par de zanahorias. Las vacas son demasiado grandes para entrar por la puerta de los baños públicos, así que van dejando sus recuerdos por las calles. Como no es época de lluvias sus excrementos son despegados del suelo por las ruedas de las motos que recorren las callejuelas y por los despistados turistas que van mirando a las nubes. Los monos son otro peligro. Uno de ellos le había puesto el ojo a mi bolsa de la compra con tanto descaro que parecía iba a llevársela en cualquier momento a por ella. Un vendedor local me defendió del asalto.
Rishikesh se encuentra a orillas del Ganges y en ambas orillas abundan los centros de meditación o Ashram y los lugares para practicar yoga. Los Beatles ya pasaron por aquí hace tiempo y aún lo siguen haciendo muchos extranjeros en busca de la paz perdida. La única preocupación de estos turistas sin billete de vuelta es la renovación de su visado indio. Muchos no dudan en volar a Nepal o incluso hasta a Bangkok para extender su sueño de buen karma en Rishikesh.
Llegar aquí ha sido una prueba dura para mis oídos. Los conductores indios son de lo más pesado que he visto. Cada coche, o moto, me toca la bocina dos o tres veces de media al pasarme. Si pensamos que cada minuto me pasan una media de siete vehículos, podeís sumar los bocinazos que recibo diariamente. De momento no es este el país hospitalario que tal vez lo fue un día. He recibido más intentos de asesinato en ruta por parte de estúpidos conductores que invitaciones a dormir, comer o tomar té. Las tres veces que he tenido que pedir asilo para dormir me fue negado. Mala estadística. Hasta en un templo sikh me falló una vez el buen karma. Suerte que pasaba por allí el sobrino de un antiguo Rey. Kammar Ram Kipral, de la familia Kutlehar, que vive solo desde hace treinta años a las afueras de Una. No contento con que durmiera en su casa en una cama, trajo otra de la habitación contigua, para que mi cama fuera doble. Tras acudir a la policía a dar parte de que yo estaba esa noche ahí (-por tu seguridad y la mía- me confesó) se preparó una cena de aupa?, sólo con un poquito de chile. No lo puede evitar. Le encanta. Le decepcioné cuando rechacé una copita de whisky pero enseguida volvió a sonreír. A la mañana siguiente me propuso ir hasta Dharamsala a visitar la exposición de un famoso pintor fallecido ahora. Pero mis horas estaban contadas para llegar a Rishikesh. Sin embargo antes de irme me reveló un gran secreto. Ha descubierto una fórmula de insecticida que elimina moscas y mosquitos. Cobra 4 euros por fumigar una habitación y, en su casa por lo menos, no había rastro de mosca ni mosquito. Podría ser un remedio estupendo para tratar la malaria. Si cada casa se fumigase una vez al año el mosquito no entraría. Parece dudoso creer que en la India, un humilde hombre que ama las flores y el chile verde, pueda haber hecho un descubrimiento tan increíble. Sin duda lo es. Me recordaba aquélla hermana en la selva de Gabón que decía haber inventado una fórmula para tratar el HIV. Era una de aquéllas misioneras brasileñas a las que desde el foro de esta web le hicisteis llegar los cuentagotas y algo de dinero.
En Rishikesh me levanto a las siete de la mañana. Me caliento un café y acudo a clase de yoga durante hora y media. La sala está al lado de mi habitación, la 36, y en ella practicaba yoga hasta poco antes de morir el fundador de este Ashram, con 104 años. En el Sri Ved Niketam Ashram por poco más de dos euros tengo derecho a mi celdita y a mis clases de yoga y de filosofía. Tras el yoga me preparo el desayuno, hago tareas de hogar como lavar mi ropa o la bici y voy a las clases de filosofía. Son impartidas desde hace más de quince años por Swami Darmananda. En la habitación, rodeada de pequeñas cuevas de meditación, Darmananda va explicando el Bhagavad Gita uno de los textos sagrados del Hinduismo. Es asombroso como este hombre de ojos brillantes y barba hirsuta, de afilados dedos y gestos de Lord inglés, puede mantener la atención de los asistentes durante casi dos horas. Habla con un inglés elegante encontrando siempre un lugar para colar una historia divertida o una broma que hace que la audiencia rompa a reír. Envuelto en una manta naranja va señalando aspectos de la vida interesantes como aprender a vivir con el dolor, la necesidad de que la tecnología y la espiritualidad vayan unidas, la imperiosa necesidad de que las religiones adecuen sus doctrinas a los tiempos que corren? Darmananda no cobra por lo que hace. Es su servicio a la humanidad. Consciente de que sus compatriotas viven de espalda a la religión, aunque pongan muchas velitas en el Ganges, Darmananda enseña sobre todo a los extranjeros que quieren escucharles pues es sabedor de que los Indios piensa que lo que hacen, dicen y consumen los extranjeros es bueno. Y así un día ellos se acercarán de nuevo a una vida más espiritual. Las enseñanzas de Darmananda han retenido a más de un extranjero aquí, cautivo de sus palabras, hechizado por sus gestos económicos. Darmananda no pretende convencer a nadie de nada. Sólo aporta algo de luz a quién la necesita y un poco de música a quién no encuentra la partitura.
La última clase a la que he asistido la ha comenzado diciendo: Cada uno es dueño de su destino.
Reveladora verdad por más que nos empeñemos en pisotearla con la rutina de cada día, tratando de domesticarla como si fuera una vaca. Un destino que ahora me ha traído a Rishikesh un lugar en el que la tentación es arrojar el pasaporte al río sagrado.
Desde las orillas del Ganges, rumbo a Nepal, Paz y Bien, álvaro el biciclown.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Triunvirato en habitación doble (India, 01-12-208)


Juntos sumamos más de 250 países visitados y casi 20 años en el sillín. A ninguno nos preocupan, nos motivan, ni nos interesan los récords. Doy estas cifras solamente por ambientar un poco la historia.

Salva es un granadino de treinta y casi siete que ni tiene web, ni blog, ni perro que le ladre. Daisuke es un osakino (ver nota al final) de treinta y ocho, además de web, www.daisukebike.be, pero tampoco se mata mucho en actualizarla. Prefiere sentarse en la calle y, camuflando sus ojos en exceso bajo el ala del sombrero, ver pasar la gente. Yo soy el que dedica más horas delante de la computadora. También el que lleva la bici más pesada. En las subidas se me escapan los dos. Aunque en las bajadas, por eso del peso extra, les rebaso. Hemos pedaleado casi dos semanas juntos y parece que ha pasado un mes. No es que nos cansemos unos de otros, sino que pronto nos hemos acostumbrado al ritmo de los demás. No hacíamos muchos planes. Nadie sabía dónde íbamos a comer ni a dormir. Tampoco cuando pararíamos a descansar. Por la mañana el sol se colaba por las ventanas sin cortinas y nos poníamos en marcha. En ocasiones hemos disfrutado de la hospitalidad de los templos Sikhs aunque pronto nos cansamos. A nuestro dormir no le caía en gracia eso de escucharles cantar (mal por cierto) a las cuatro de la mañana. Y eso que antes nos quejábamos de los musulmanes. Tras un par de impertinentes madrugones empezábamos a frecuentar hoteles que no quebrantasen nuestra economía franciscana, es decir, que no superasen el euro y medio por cabeza. Por esa ganga solo conseguíamos una habitación con cama doble. Uno tenía que dormir en el suelo, como el perro del hortelano. Pero nunca hubo problemas para eso. Siendo tres, las decisiones eran muy fáciles de tomar. Cada uno daba su opinión y la que tenía dos votos ganaba. Tal vez si los matrimonios fueran de tres en vez de dos no habría tantos problemas.
Juntos saboreamos la primera cerveza en mucho tiempo. Godfather, y nos reímos de lo mala que está y lo poco que nos importa. En esta parte de la India las comidas no son tan picantes como en Pakistán, siempre que no sea Daisuke el que opine, pues a él todo le parece bien. Hasta las medicinas que le he dado para curarle de un catarro que arrastra desde Islamabad le parecen muy buenas. Salva trata de enseñarle un poco de humor del sur de España y, aunque el japonés no pilla una, le pone muy buena voluntad. Cuando Salva le cuenta un chiste, que generalmente no entiende, Daisuke siempre se ríe de manera forzada lo que termina provocándonos una risa natural.
Y asi entre risas forzadas y naturales, habitaciones dobles reconvertidas en triples y comidas poco picantes (sólo green chile, dijo un día un inocente camarero) hemos llegado a la residencia del Dalai Lama. Con él se han venido cientos de monjes y una cultura compasiva: la budista. Las túnicas granates y naranjas dan colorido al paisaje de montaña del norte de la India donde el líder tibetano ha encontrado exilio tras ser expulsado de su propio país. Todos soñamos con encontrarnos con él en una audiencia aunque sabemos que es casi imposible. Una voluntaria de Oregón, Lois Beran, que da clases de inglés a los tibetanos expulsados de su país ha sido el mejor encuentro que podíamos tener. Ocurrió por casualidad, en un pequeño bar de la central y sonriente calle de Mac Leod, en el que por cuestiones de espacio compartimos mesa y por cuestión de educación conversación. Lois no podía creer que yo era la persona que ella había visto ayer por la noche en las noticias de la CNN. Mientras ella trataba de cerrar la boca por la astronómica coincidencia, le ofrecí dar una sesión de magia cómica a los alumnos de la tarde de su curso. Eran tibetanos que habían sido prisioneros políticos y que habían acompañado al Dalai Lama en su peregrinaje forzoso. La actuación fue emocionante. Ni ellos sabían lo que iban a ver ni yo sabía ante quien iba a actuar, en qué límites debía moverme y hasta donde me dejarían llegar con mi humor. Con mucho respeto y con el cuidado con el que se secaría una flor del rocío matutino, fui dejando que la risa, ese lenguaje universal, fuera un el único sonido que se escuchara al atardecer en Mac Leod.
Lois nos invitó a cenar esa noche en un restaurante japonés (a Daisuke también eso le pareció bien) y los tres (sin Lois) nos retiramos a nuestra cama. Al día siguiente se desharía el triunvirato. Salva se quedaría una temporada a recaudo de una canadiense que le daría lo que ni el japo ni yo pudimos ofrecerle, Daisuke partiría a Nueva Delhi para visitar a Ghandi que le esperaba en posición horizontal y yo rumbo a Katamandú a la cita anual con mi amigo Roberto. Si nos vamos a ver de nuevo es una cuestión que ninguno sabe. Ahí está la gracia de esta vida nómada en la que no sólo la Tierra gira sino que nosotros lo hacemos con ella en una armonía que tiene mucho más sentido que un mero viaje vacacional. Aunque no nos encontremos en muchos años siempre nos tendremos presentes unos a otros.
Día 1473, Paz y Bien, el biciclown.

NOTA. Acepciones del término Osakino: 1-Dícese de los que no son de aquí.
2- Dícese de los naturales de Osaka (Japón).

viernes, 21 de noviembre de 2008

La hospitalidad de oro (India, 21-11-2008)


Las motos se echan encima y los coches se incorporan sin mirar. No hay respeto por el ciclista sino la ley del más fuerte La contaminación es tan alta que obliga a pedalear con un pañuelo para proteger la boca y la nariz, aunque hace mucho calor. La salida de Lahore ha llevado un par de horas y un par de broncas con los descerebrados conductores. Pero por fin llegamos a la frontera de Pakistán.

El show aún no ha comenzado y los policías que luego montarán el numerito con sus trajes de gala y sus tocados de pavo real, están relajados en sus uniformes de campaña. El show se celebra cada día con motivo de la arriada de la bandera y del cierre de la verja. Durante media hora los policías más altos y fornidos de Pakistán y la India montan una coreografía digna de una película de Bollywood. Con paso marcial y gritos de provocación al vecino, al estilo de los maories antes de empezar el partido de rugby. Cientos de personas viajan cada día en autobuses y rickshaws a la frontera para animar a su país. Infantil representación marcial que comenzó hace más de cuarenta años y que parece más una obra para niños que una actuación de hombres padres de familia.
Pero a la hora en que cruzamos la frontera aún no ha empezado el show. Los policías de ambos lados, especialmente los indios, son muy simpáticos aunque no nos traen la cerveza que nos habían prometido. Con el sol escondiéndose entramos en la bulliciosa Amritsar fundada en 1.577 por el cuarto guru de los Sikh. Alli se levanta un templo de oro sobre un estanque rodeado de una impresionante construcción del tamaño de El Escorial. En el templo hay dormitorios gratuitos para los viajeros, aunque sean ciclistas y no sepan nada de los Sikhs, y comida desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. Solo hay dos condiciones. Debes cubrirte la cabeza para andar por el templo y debes dejar los zapatos en la habitación. Cada poco el suelo es limpiado y el agua corre por canales que has de atravesar para transitar de una zona a otra. Sin llegar al estruendo de los países musulmanes, la música es lanzada al aire por altavoces discretamente disimulados en farolillos. Además no es música enlatada sino realizada en directo desde el templo de oro.
Ahora el objetivo es Daramsala, la residencia en el exilio del Dalai Lama. Quizá consigamos verlo en alguna audiencia pública Daisuke así lo desea. Se ha sacado fotos con muchos Premios Nobel, y con personajes importantes como el ahora fallecido Edmund Hillary. Salva y yo bromeamos diciendo que mejor no sacarse una foto con Daisuke pues luego es posible que fallezcamos?
El ambiente entre los tres es óptimo y casi siempre festivo. No hay más que un objetivo común. Poner kilómetros en nuestras piernas.
Desde la India, Paz y Bien, álvaro neil el biciclown

lunes, 17 de noviembre de 2008

En la Isla de Bad (Pakistan, 17-11-2008)


A los tres días de llegar a Islamabad apareció el dueño de la casa en la que me hospedaba. César regresaba de España tras sus vacaciones anuales. Me sentí extraño recibiendo a alguien en su propia casa. Hacía años que no nos veíamos, desde que nos conocimos en Zimbabwe, pero poco había cambiado. Me encontré el mismo hombre sencillo que dejé atrás. César se ocupó de mí todos los días, casi dos semanas, que pasé en la Isla de Bad. Gracias por tu generosidad.

Islambad, o la Isla de Bad como le llaman algunos expatriados, es precisamente una isla. Una ciudad cuadriculada, con grandes y ordenados barrios que se conocen por su numeración más que por su nombre. Cuando le preguntas a alguien donde vive parece que te contesta como si estuviera jugando a los barcos: F-8 ó G-6.
Afortunadamente pude contar también con los servicios del conductor de mi amigo para desplazarme por esa ciudad fantasma y atípica, una Isla en un país muy diferente a la capital. Sin ir más lejos a solamente 14 kms de la capital se halla Rawalpindi, un reflejo perfecto de lo que es este país. Los triciclos que arruinan con su ruido el oído de los viandantes no pueden entrar en Islamabad. Es realmente una isla.
Tras la intensa actividad de los últimos días tocaba partir. Nunca hay un buen momento para regresar a la ruta. Simplemente hay que ponerse en camino. Una conferencia en la Universidad, un buen espectáculo, entrevistas en la televisión y? una gran sorpresa. Dos ciclistas llegaron a Islambad. Dos viejos amigos. Daisuke, el japonés que lleva viajando diez años, y al que encontré primero en Egipto y luego en Irán, y Salva, el granadino al que encontré en Irán por dos veces y con el que viajé unos días por ese país rumbo a Mashad. Ahora hemos partido juntos de la Isla de Bad. Primero pasé por la Embajada de España para despedirme del Embajador y de los trabajadores, policías y demás diplomáticos y personal que con tanto cariño me han tratado estos días. Gracias de corazón y espero nos veamos pronto. Mi ruta debería pasar por Pakistán en abril del dos mil nueve, pero ?, mejor ni hablar del futuro.
La emoción de compartir la ruta con dos viejos leones es enorme. Se nota que todos tenemos larga experiencia en viajar. Aunque cada uno tiene una forma diferente de tratar con los pakistaníes que nos rodean en cada pueblo. La solidaridad pakistaní ha vuelto a aparecer y si el primer día era un jóven estudiante quien nos invitaba al almuerzo, al día siguiente un contacto proporcionado por César nos regalaba un almuerzo no picante. Y a las noches nos las ingeniábamos para dormir los tres en una habitación de hotel con una sola cama o, como ocurrió el último día, en el recién construido edificio del Ministerio de Asuntos interiores en Kamoke. Una suntuosa edificación de techos inalcanzables para la vista y con columnas de estilo dórico tirando a corintio. Una horterada muy cómoda para pasar la noche cuando has estado todo el día navegando entre pitidos de camiones, autobuses y cagadas de caballo. El ruido es parte de la vida en el sur de pakistán como lo es la basura que parece florecer del suelo y en la que los niños bucean sin escrupulos. El trabajo infantil es una realidad muy viva en esta parte del país. Hoy, sin ir más allá, un niño de unos ocho años me ha servido el té con leche para desayunar y otro, de doce años, me ha traído una Pepsi para almorzar.
Desde Lahore, Paz y Bien en mi quinto año, el biciclown.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Una mujer de bandera (Pakistan, 06-11-2008)


En una sociedad por definición machista, por estética poco bella y por colorido una saya negra, he encontrado un ángel de belleza sin par

Su alma posee un resplandor que ciega a los espíritus mezquinos y boquiabiertos a los de corazón sensible. Es la antítesis de la superestrella y hasta su cuerpo, diminuto, parece querer desaparecer de la escena para no tomar protagonismo. Acompañado de un matrimonio adorable de Suiza que lleva una vida en los países más problemáticos de la Tierra haciendo el bien, llegué a Rawalpindi a la escuela de nuestra bella dama. Lo primero que llamó mi atención es que la escuela que dirige no tiene anuncio alguno en el exterior. Dentro los alumnos asisten, descalzos y sentados sobre una esteras, a las explicaciones de las maestras (todas ellas voluntarias). Esta escuela abierta hace unos meses funciona casi sin dinero y con mucho amor. Recoge a niños y niñas de la calle, musulmanes y cristianos, y les brinda una educación por las mañanas. A las tarde los chicos van a trabajar. A veces, cuando hay dinero, les dan una comida antes de ir a casa. Muchos llegan tarde y Zehra no les regaña. Les ofrece dinero para el trasporte aun sabiendo que algunos lo emplearán en otras cosas ?hay que darles confianza?. Nunca les regaña y mucho menos les levanta la mano pues ya han sufrido bastante. Los chicos son adorables, educados, humildes pero tristes. En esta sociedad la risa está muy soterrada. Durante los primeros cinco minutos del espectáculo no se oía ni el zumbido de la mosca. La risa se fue abriendo camino por el intestino, lentamente, hasta subir al esófago y llegar a la garganta. Zehra estaba feliz. La noche siguiente me invitó a cenar a su casa. Allí siguió dándome lecciones de vida que yo trataba de grabar en mi memoria. En invierno pretende dar mantas a los chicos que duermen en la calle. No lo hace ella personalmente. Su ego no lo admitiría. Su idea es mucho más brillante. Le da las mantas a los chicos de la calle que van a la escuela para que ellos se las entreguen a los que duermen. Asi consigue que los primeros se sientan felices por ayudar a los demás. Lo hacen de noche, cuando el frío ha podido con el insomnio del pobre desgraciado que se protege con cartones, para que este no sufra la posible humillación de verse ayudado.
Le he pedido a Zehra un número de cuenta bancaria para que alguien pueda ayudarla. Durante diez años ha montado la escuela en el jardín de su casa y sólo ahora, con una donación, ha conseguido un edificio para la escuela. En el tiempo que la escuela estaba en el exterior ella solía enfermar. No quería ponerse un jersey porque muchos chicos tampoco tenían. Su marido se enojaba, cariñosamente, con ella. Zehra no me ha querido dar el número del banco. Su inocencia le impide mancharse la boca con asquerosos dígitos. Tienen una página web del proyecto que posiblemente no funcione pues tienen más cosas de que preocuparse.
Rah-e-amal

Es el nombre de la escuela. Significa en urdu acciones en el camino. Las de Zehra son de las que dejan huella profunda. Su mail fashat@comsats.net.pk a lo mejor está activo y su teléfono 00 92 51 448 6527 a lo mejor lo han cortado.

martes, 4 de noviembre de 2008

A escupitajo limpio (Pakistan 04-11-2008)

Qué hermosura. No solo el fortasec que ha cumplido su cometido atajando la diarrea, sino estos paisajes. Si la Karakorum High way es hermosa, esta valle alejado de la circulación de vehículos, rodeado también por montañas nevadas y bosques de pinos es una maravilla.

He atravesado otros dos pueblos fantasmas, cuyos habitantes han bajado a la ciudad huyendo de las nieves, y me he detenido a tomar un café y a disfrutar de unas vistas que ni el mejor Hotel del mundo puede tener. Ante mis narices el Malika Parbat (la Reina de las montañas), de 5.129 metros, una montaña que posee la hermosura y hasta la arrogancia de una mujer que se sabe deseada.
Los primeros habitantes que me topo tras casi un día en este valle trabajan en un deshabitado restaurante de carretera. No consigo que me cobren el chapati (pan). Les pago y me devuelven el dinero. A cada curva surge una nueva montaña que me deja boquiabierto. También una nueva subida que lo consigue, como no. Los obreros trabajan en la reparación de la carretera que los ríos se tragan por momentos. Uno de ellos, con un inglés débil y dulce a la vez, me pide que me detenga para hablar de mi viaje. Uauhhh¡¡¡, pienso, como no voy a parar a charlar con una persona tan educada. Gana menos de tres euros al día y vive en la ruta.
Esa educación es tan rara como encontrar por aquí un aguacate. Si el escupir fuera deporte olímpico los pakistaníes serían oro seguro. Tratar de comer viendo al vecino escupir continuamente exige más fe que la de profesar una religión teniendo catorce años. No es un escupitajo normal, provocado por una mala masticación o un esporádico catarro. No que va. Es un escupitajo provocado en toda regla. Con alevosía y profundidad. Precedido por una búsqueda en lo más recóndito de los pulmones y acompañado por el sonido gutural tan desagradable en estos casos. A continuación el escupitajo no abandona la boca en súbita huida. No que va. Se queda colgado de los labios unos instantes (eternos para el espectador) a la manera de un suicida que tratara de asir con su mano la cornisa del puente ha quedado por encima de su cabeza. En ningún otro país como Pakistán he observado ese amor a la salivación. Será esa la razón por la que los habitantes de tan hermoso país no se sientan en el suelo sino que permanecen en cuclillas. Sabedores como son de que toda la superficie está regada de certeros salivazos de sus compatriotas.
He llegado a Naran. Una villa que podía haber sido idílica sino hubieran construido decenas de hoteles sin criterio urbanístico alguno, a uno y otro lado de la única carretera que atraviesa el pueblo. Ahora más del noventa por ciento se encuentran cerrados. La temporada dura sólo tres meses y ya ha terminado. Las montañas que rodean Naran, repletas de pinos y nieve, asisten desoladas al espectáculo de cemento y basura que crece allá abajo. Por la fría arteria central de este pueblo circulan sus habitantes masculinos envueltos en una manta de color preferentemente marrón. Se me antoja que no van a ningún lado. Simplemente tratan, con la caminata, de sacudirse el frío. A veces se detienen en el puesto de un amigo a calentarse en la fogata que al atardecer alumbra la ciudad más que la electricidad. Esta desaparece a cada minuto. Lo cual es una gloria para el sentido auditivo. Pues los megáfonos colocados cada cien metros y que llaman a la oración a todo Cristo (aquí sería más cierto decir a todo Ala) no funcionan sin electricidad. Un par de veces al día, la llamada a la oración, tiene su encanto. Pero cuando ocurre antes de que salga el sol le hace a uno maldecir cualquier religión que no respete el descanso.
La mujer pakistaní sigue siendo para mi la gran desconocida. Tras tres semanas en este país aún no he podido, no digo ya entablar una conversación, sino CRUZAR LA MIRADA. Tras muchos meses en países musulmanes, que queréis que os diga, que a mí lo del velo no me va. Para ligar es un desastre. Pero para el hombre local el invento es fenomenal. Los matrimonios en los pueblos se arreglan por las familias. Los que tienen suficientes rupias tienen dos o tres mujeres. Con cada una de ellas cinco hijos y a dormir caliente todas las noches. Yo por mi parte, sigo fiel a mi saco de plumas.
Sin papel higiénico en la mano, Paz y Bien, el biciclown.

lunes, 27 de octubre de 2008

El cocinero, el Babussar y el fortasec hay que meter (Pakistan 27-10-2008)

El cocinero de mi cena en Chilas ha querido ser protagonista de estos días. Tras la cena de no se qué vegetales con alguna rara salsa, las visitas al baño durante la noche fueron habituales. Nada me guardé dentro de mí. No era lo mejor para empezar la jornada hacia el Babussar pass. Con el estómago vacío y náuseas avancé por el desfiladero que apuntaba al cielo desde el primer kilómetro. Los obreros que trabajan en la carretera me detuvieron. Decían que el paso estaba cortado. Pero no les hice caso y seguí.

Me tenía que parar cada veinte minutos a descansar. Estaba sin energía pero sabía que debía seguir. En toda la jornada no llevaba más de veinte kilómetros y estaba muerto. No podía comer nada porque lo expulsaba de inmediato. Hasta el agua. En una de las rampas más duras un hombre que regresaba a casa con un burro me ayudó a empujar la bici. En ese momento un camión vacío pasó y me echaron una mano para colocar la bici en la parte de atrás. No podía más. En el camión hice los diez kilómetros que me faltaban hasta Babusar, a casi tres mil metros de altura. En bici me hubiera llevado otro día de pedaleo y diarrea. Allí pasaría la noche en la casa de una familia que, justo al día siguiente, partiría hacia Chilas. Pues en Babussar nadie vive en invierno, y este ya ha comenzado. Durante toda la tarde estuvimos negociando el precio de un porteador y un burro, o dos porteadores, que me ayudaran al día siguiente a coronar el paso de montaña. No sabía si el precio era el problema o simplemente es que no querían pegarse la paliza de subir los 1.470 metros que restaban hasta la cumbre. Con la mano en vertical me trataban de intimidar aconsejándome que regresara a Chilas. Pero no me conocen. Me prometieron dos porteadores y me fui a dormir, sin cenar. Durante la noche visité más de lo habitual el baño. No se con qué energía iba a afrontar la subida. Aunque yo solo tuviese que empujar la bici no tenía fuerzas ni para levantar las piernas.
A la mañana siguiente apareció solo un porteador. Decía que él podía hacerlo. Pero aunque esta gente es muy fuerte y están acostumbrados a caminar por estos pagos, cargar con 46 kilos en la espalda me parecía demasiado. Presionando un poco conseguí que apareciese un amable burro que llevaría gran parte de la carga. En toda la subida el burro no abrió ni una sola vez la boca. Al contrario que yo que no la cerré un instante. Casi cuatro horas tardamos en subir los quince kilómetros hasta los 4.175 metros. Que alegría haber superado este diarreico paso de montaña. Al otro lado del valle me aguardaba una tormenta de nieve. No me importaba en absoluto. Perdí altura lo más rápido que pude por una carretera llena de piedras y baches y alcance Gittidas. Ahora mismo un pueblo fantasma, pues nadie habita en invierno estas casas de piedra. Gittidas era para mi como un gran hotel cuyas habitaciones estaban abiertas y diseminadas por la ladera de la montaña. Elegí una, ni muy grande ni muy pequeña, y tras hacer un fuego para calentarme me dispuse a buscar en el botiquín el fortasec. Pues de no comer algo no tendré energía ni para frenar en la bajada.
Con el papel higiénico en la mano, Paz y Bien, el biciclown.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La Montaña Desnuda se deja ver pero con guía (Pakistan 22-10-2008)

Hace años una turista japonesa fue violada cerca del campamento base. La versión oficial afirma que murió de mal de altura.
Este año una pareja checoslovaca que dormía en el campamento base fue asaltada a punta de pistola y perdieron casi 500 euros. El guía no pudo hacer nada. Estos hechos convierten al Nanga Parbat en una montaña peligrosa. Los habitantes del valle, en Rupal y Tarashing, ignoran el potencial que puede suponer el turismo. No quieren ni verlo.


Cuando estos hechos ocurrieron la policía de Astore subió a la montaña y se llevó muchos inocentes a la comisaría donde fueron brutalmente golpeados. Esto me lo contaba un policía, muy amable, que impide ahora cumpliendo órdenes que ningún turista suba más allá de Tarashing sin guía.
La tarde que llegué a Tarashing llovía y no se veía la montaña. Varios turistas regresaron a Astore por tal motivo pues además no se esperaba mejoría para el día siguiente. Pero yo, junto a otro canadiense casualmente ciclista, aguardamos durante la desapacible noche. Al amanecer un cielo azul parecía burlarse y sacarle la lengua a la noche de tormenta. Todo el valle estaba cubierto de nieve pero en el cielo no había una sola nube. Corriendo y sin desayunar, fui a ver al canadiense que ya estaba listo para salir. La policía nos facilitó un guía (diez euros la jornada) y recorrimos en poco más de tres horas el camino hasta el Campo Base del Nanga Parbat, que en Kashmir significa Montaña Desnuda. Nos cruzamos con varios colegiales que acudían a la escuela en una caminata de más de media hora. Pensar que cada día debían cubrir dos veces esa distancia, con nieve, lluvia o si tienen suerte como hoy, con sol... Las chicas van tapadas con la saya blanca y no dudan en escupirte si te ven desenfundar la cámara. Adorables. Los chicos son más amables y sólo te piden un bolígrafo o algunas rupias o, como fue el caso, que les sacara una foto.
Describir la sensación de tener delante de ti, sin ni siquiera un árbol que entorpezca la visión, uno de los catorce ochomiles de la Tierra exige mucha destreza. Aunque el campo base en el que me encontraba se hallaba a 3.350 metros, la montaña no parecía que tuviese más de ocho mil metros. Si no fuera porque para mirar su cumbre había que levantar considerablemente la cabeza y, porque de no ser por mi amigo canadiense, que me prestó su lente 10-22mm, no hubiera podido sacar una foto de la montaña pues se escapaba del campo de visión de mi objetivo 18-200.
Ni el guía, ni el canadiense, ni yo hablamos mucho cuando nos encontramos delante de esa mole de roca y nieve. Nos limitábamos a escuchar el estruendo de las toneladas de nieve que se desprendían de la pared vertical de 4.500 m., una de las mayores del Planeta. Tan vertical que la nieve no puede guardar el equilibrio y se viene abajo.
En aquéllos instantes que guardaré como un tesoro en mi memoria, me acordé de dos grandes amigos que aman la montaña: Jose de la tienda Oxígeno y Agustín salesiano de Urnieta (Guipuzcoa). A ellos dedico esta crónica.
Pero ese desnivel no es nada comparado con el que me espera ahora. Tres mil metros en 50 kilómetros sin asfaltar. Para evitar las piedras que los encantadores niños pakistaníes ya empiezan a arrojarme, y que abundan a partir de Chilas, solo hay una alternativa: el Babussar pass de 4.175 metros. Abierto en el año 1.892 por los ingleses y que era la única salida de Gilgit antes de la construcción de la Karakorum High way. Ahora ha caído en desuso, salvo los meses de verano, pero han comenzado los trabajos de adecentamientos de la pista de rocas y arena que abrieron los súbditos de su Majestad. A mediados de octubre, con la nieve cubriendo ya las cimas de más de tres mil metros, recorrer el valle de Kaghan y superar el Babussar pass tiene más que ver con la conquista de una cumbre que con andar en bicicleta. Chilas se halla a poco más de mil metros sobre el nivel del mar. La cima del Babussar está a 4.175 m, y entre ambos lugares hay sólo 43 kms (sin asfaltar) de diferencia. Pero el paisaje de pinos, de lagos y la grandeza de las montañas nevadas en días soleados son el justo premio que podré llevarme si consigo superarlo.
Desde la demasiado noticiable Pakistán, Paz y Bien el biciclown.

lunes, 20 de octubre de 2008

Mr. Yaqoob y el Nanga Parbat (Pakistan 20-10-2008)

A las once de la noche, el dueño del pequeño hotel llamado Medina, en Gilgit, está planchando ropa. Hace años que regenta este hotel desde que abandonó su oficio de mecánico de bicicletas.

En el libro a disposición de los visitantes para que hagan sus observaciones, Mr. Yaqoob (el propietario del hotel) a veces deja sus explicaciones. Justifica el precio de sus habitaciones (menos de 3 euros la simple) por la carestía de la vida y pide a Dios que mejore la situación política de Pakistán o se verá obligado a cerrar. Y con ello se irán al paro sus empleados.

Mr. Yaqoob dice que antes del nueve de septiembre él era jefe de este lugar y ahora es un sirviente más. A fe que lo es pues trabaja más que nadie. Con la donación de cinco mil dólares de una antigua cliente ha comprado montones de ropa en Kachemira y trata de venderlos en la calle, durante los meses que el hotel permanece cerrado por causa del mal tiempo y la ausencia de turistas (ocho meses al año). Así provee también de un empleo a sus trabajadores el resto del año. Pero la temporada próxima es posible que la Medina Guest house deba cerrar pues el propietario del terreno pretende subirle la renta un 13% por año. Es una manera de obligarle a cerrar.

En las calles de Gilgit la policía patrulla. La ciudad tiene varias puertas metálicas que son cerradas a media noche impidiendo que circulen personas de un lado a otro. Las luchas entre shiitas y sunitas no son tan lejanas. Durante la mañana el trajín es incesante. Hay varios mercados y todo el mundo parece ocupado. Hasta los vagabundos hacen horas extras. Las motos circulan a velocidad de Gran Premio por las estrechas y sucias callejuelas. Casi todos los comercios ofrecen lo mismo y a los mismos precios. Abunda el te y los frutos secos, pero escasea el auténtico café.

Las peluquerías (de hombres) siempre están llenas. Afuera cuelgan de los cables de la luz las toallas mojadas, como reclamo, y para que sequen. Los restaurantes sin higiene son una plaga. Con la misma mano que cobra, el dueño te sirve unas patatas o enciende un cigarrillo. Si tienes suerte es la derecha (la izquierda la utilizan para lo que nosotros usamos el papel higiénico). Mejor no ver y comer. Los vasos de agua y las tazas de te no conocen el jabón y la cocina nunca ha visto un estropajo.

Los perros, inofensivos para el ser humano, se dan un banquete al anochecer en las oscuras calles plagadas de agujeros traidores. Hay un Internet, o tal vez dos, con una conexión que se puede resumir en cinco minutos para abrir un mail sin archivo adjunto.

Gilgit es un hervidero de actividad, y parece no haber sitio para la gente honrada y trabajadora como Mr. Yaqoob, a quien los bancos no dan crédito pues nadie quiere invertir en turismo estos días en Pakistán. A pesar de ser una tierra hermosísima en la que parecen escasear por igual el sentido común y las mujeres. Es raro ver alguna por la calle y ni por error
entrarán en el restaurante. Ni soñando verás una chica entre 18 y 25 años (edad casadera). Y si ves algo parecido a una mujer estará tan oculto debajo de velos, mantas y demás textiles que es como si te dieran una chocolatina metida en siete cofres y cerrados con quince llaves. Se te acaban quitando las ganas, o mejor dicho, se te olvida que un día las tuviste.

He dejado la Karakorum High way por unos días para contemplar más de cerca una de las catorce montañas que en esta Tierra superan los ocho mil
metros. Desde que tengo uso de razón y de memoria (más o menos desde los ocho años) un póster decoraba las paredes de mi antigua habitación. Era
una montaña nevada llamada Nanga Parbat que, ahora se, se encuentra en Pakistán. Aunque hay agencias que te llevan a verla en jeep, en mi opinión acercarte a una Gran Montaña (uno de los catorce ocho miles) en coche es como, y perdón por la comparación, ir de putas. Acostarte con una bella dama y luego pagar con tarjeta no tiene gracia. Las grandes conquistas requieren esfuerzo. Y no económico sino físico.

Tras salvar los más de mil metros de desnivel, he llegado a Astore. Me he refugiado, exhausto, en un hotelucho (con suciedad recopilada desde la época en que Pakistán era colonia inglesa) y he salido a recorrer las calles de esta vibrante villa colgada en sendas laderas de Rama Gah. No se de que puede vivir la gente aquí, en un lugar en el que la luz se va continuamente (o mejor dicho viene de vez en cuando), y el frío está acechando en cada esquina.

Desde la ruta, sin internet, el biciclown oliendo ya a islamabad.

viernes, 17 de octubre de 2008

El fuerte de Balti y la Historia de la verruga (Pakistan 17-10-2008)

Había una vez una princesa, ni muy hermosa ni muy olorosa, que vivía a
orillas del río Hunza cuyas aguas lechosas bajan a toda velocidad hacia el
abrazo de espuma de su hermano el Gilgit, para unirse ambos más tarde al
gran río Indo.


A las tardes, acompañada de una cortesana mucho más hermosa que ella, solía pasear la princesa por las tumbas del cementerio de Balti. En el silencio de las sepulturas nadie importunaba a Sha-Khatun. Hasta que un día su padre, de quien heredó la verruga que afeaba su pómulo derecho, la hizo llamar con premura; tenía planes de boda para ella. Se casaría con el Emir de Hunza, Ayesho II. (Hunza es el hermoso valle donde se encuentra Balti). Abdula Khan, que a su vez había heredado la verruga de su padre, era el progenitor de la susodicha princesa y, para que disminuyese el malhumor que repentinamente le entró a la princesa en cuanto conoció a su pretendiente, ordenó construir para ella un palacio.

El fuerte se erigió en la parte más alta de Balti, desde donde se podía controlar el arroyo que bajaba del Pico Ultar de más de 7000 metros y que nutría al río Hunza.
Allí existía desde el siglo XIII una torre que fue utilizada como parte del fuerte. La princesa, animada con la idea, dirigió a un grupo de artesanos en la construcción. Aunque se casó con quien su padre ordenó, se pasaba las tardes en la torre del fuerte contemplando a su auténtico amor: el Rakaposhi.

Mucho más tarde, hacia el año 1900, el fuerte se utilizó como palacio real dándole la apariencia actual. Pero pronto cayó en desuso, cuando su último habitante, Nazim Khan (Emir de Hunza en 1.892 por orden y decreto de los ngleses) prefirió vivir en un pisito algo más modesto y dejó que el vandalismo ocupara las estancias y los rincones del palacio de Balti.
La fundación Aga Khan, recibió en donación del último Emir de Hunza (Ghazanfar Ali) el fuerte con miras a su restauración. En 1.996 se inauguró con la presencia del propio Aga Khan y el presidente entonces de Pakistan Farooq Leghari.

Balti es conocida hoy en día como Karimabad. Y el fuerte sigue presidiendo la vida diaria de unas gentes tranquilas y muy educadas. Siempre que se
dirigen a ti lo hacen anteponiendo el Sir. Herencia inglesa que no le sientan bien a mis sucias botas. Yes Sir, Of course Sir, Thank you Sir. En fin, y parafraseando a Shakespeare: sIr o no sIr.

Los canales que recorren las altas montañas, un gran trabajo de canteros, surten de agua todo el año a Karimabad, permitiendo que crezcan en abundancia manzanas, melocotones, maíz o nueces. Los melocotones son secados de modo poco higiénico en los techos de cemento de las casas. Se nota que no conocen el secador solar de mi amigo Manolo y que podeis ver aquí

Los estudiantes acuden al colegio ataviados con uniforme completo: pantalones, camisa y corbata. Herencia también inglesa. Y las chicas con un shari generalmente blanco y que las cubre por completo. Aunque parece que han salido tarde de casa y aún llevan puesta encima la sábana de arriba. Será que no quieren que se les vea la verruga. Poco a poco los comercios van abriendo. Sin prisa. Lo cual no es herencia inglesa. En el pueblo hay dos zapateros y el día que fui a precisar de sus servicios tuve la mala suerte de que los dos habían pasado mala noche y estaban cerrados a cal y canto. La única panadería del pueblo no mide más de dos metros cuadrados y su horno se encuentra bajo tierra, por lo que los panaderos trabajan sentados. Debe ser costumbre local, pues el sastre también trabaja sentado en frente de una mesa muy tan bajita que parece no existir bajo tanta tela.

Al atardecer en Karimabad se agudizan dos sentidos: el olfato y el oído.
El primero por las humaredas de hachís que los turistas consumen con asiduidad y que crece fácilmente en las laderas del fuerte. Y el segundo por la llamada a la oración, al ser la religión musulmana (ya sea en su variante sunni o chiita) muy extendida en todo el país.
Como no practico ninguna de esas aficiones, tras tres noches de descanso, abandoné Balti en busca de mi princesa SIN verruga.

Desde la ruta, día 1.429, Paz y Bien, el biciclown.

viernes, 10 de octubre de 2008

Borracho de montañas (China- 10-10-2008)

La arrogancia china ha quedado al otro lado del Kunjerab pass, a más de 4.700 metros. La mañana que cambié de país intenté por todos los medios que me dejaran pedalear hasta la cima. Pero ya se sabe la respuesta de los chinos: NO.

Conseguí tras mucho llorar que al menos no me cobrasen otros diez euros por la bici. Solo veintitrés por un trayecto hermoso que no lo es tanto en coche. Al menos me negué a que otro oficial chino viniese en el coche.

El jefe de policía, ante mi actitud un tanto provocativa, no sabía si reír o bajarme del vehículo. Haciendo uso de toda su memoria se acordó de que en su infancia llegó a emitir un sonido parecido a la risa y lo reprodujo tan bien como pudo.

Nada más cruzar el paso de montaña me bajé del vehículo, armé la bici y entré a Pakistán pedaleando. Aunque esto no es muy cierto por dos motivos. Uno porque era bajada y no tenía que dar pedal, y el otro porque la frontera pakistaní estaba a casi noventa kilómetros y no llegaría hasta un día más tarde. Es decir, pasaría un día en tierra de nadie, sin sello en mi pasaporte, huido de los ordenadores que todo lo saben.

No podía desaprovechar esa oportunidad única de bajar por el Kunjerab pass en otoño. Los árboles ofrecen todos sus amarillos y ocres burlando la vigilancia del viento que pretende desnudarlos, y que corre como un Fórmula Uno por el cañón de roca y vértigo. El río Kunjerab me ofrece sus aguas más limpias para rellenar mis botellas y el cielo, tan perfecto que no cabe una nube, pone fin a la locura desmedida de unas montañas que no paran de crecer estrellándose contra el azul infinito. Estoy en uno de las rutas más hermosas del mundo en pleno otoño. Cuando los árboles llenan los mercados de nueces y los campesinos se recogen a las seis de la tarde para tomar té alrededor del fuego.

En un país con más de treinta y dos lenguas, la comunicación no puede ser más fluida cuando la sonrisa vuelve a ser lenguaje universal. ¿Será casualidad que una vez más vuelva a recibir tanta generosidad en un país musulmán?

Si hay mejor hotel en el mundo que el que tengo ahora quisiera verlo. Con un río de aguas purísimas dándome de beber, unos árboles de colores imposibles protegiéndome de lobos y leopardos de nieve que habitan estas latitudes, y unas montañas de nieve que no hacen más que relantizar mi marcha para poder contemplarlas con calma. Solo algunas caderas de mujer han conseguido ese efecto, pero de eso hace ya tanto?

Las mujeres han desaparecido de nuevo de las tiendas y de los restaurantes. Solo hay hombres. Ataviados con sus largas camisas y sus gorros de lana llamados Topi. Desde que lo vi me encantó. Da calor, es ligero y se guarda en un puño. Hoy he conseguido un local al que cambiarle un gorro que traía desde Kyrgigistan. Todos contentos.

He parado un poco en Karimabad cuyo fuerte preside las alturas y vigila que las montañas de más de siete mil metros no sigan creciendo. Debo parar unos días a recuperar el aliento ante tanta belleza.

Y al respecto recuerdo una estrofa de esa canción, llamada La Belleza del gran Aute:

Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar tu mirada

La Belleza abunda en la Karakorum High way: en sus altísimas montañas nevadas, en los valles en otoño y en la hospitalidad de sus habitantes.

Desde su corazón, día 1421, Paz y Bien, el biciclown.

lunes, 6 de octubre de 2008

Dejad que los chinos se alejen de mi (China, 06-10-2008)


Qué malos recuerdos. Cuando he llegado a Tashkourgan (la lejana frontera, pero frontera, entre Pakistán y China) han resucitado en mi memoria las imágenes de la noche que llegué a la frontera entre Irán y Turkmenistán.

Hoy, como aquél día, la bici se rompió. Aunque esta vez ha ocurrido de día y he podido repararlo fácilmente. Aunque hoy como aquel día he deambulado por las oscuras avenidas de la ciudad sin acertar a encontrar un lugar donde dormir. Aunque tras tres horas he conseguido una cama de un dormitorio en donde estoy escribiendo en el ordenador y recapitulando cómo han sido los excitantes días desde Kashgar hasta aquí. No he podido contarlo antes por Internet porque de haber durado mucho más mi conexión es posible que debiera continuar el viaje a pie. El Internet de Tashkourgan estaba oculto (sin un solo cartel que lo anunciara) en un asqueroso segundo piso de un cochambroso edificio. Le pedi al chico de la tienda de al lado que le echara un vistazo a la bici y, cuando he bajado a ver si estaba todo en orden, la tienda había cerrado y por supuesto el chico se había ido. Es normal en este país el absoluto desinterés por ayudar. Preguntar algo y no obtener respuesta es lo más normal. Ni en el África más negra encontré tanta desgana. Los chinos, al menos estos que he conocido, viven en su mundo y en absoluto les interesa el tuyo. Pero hay otros chinos. Los que hacen turismo por esta parte de la china, ataviados con sus potentes cámaras y sus obscenos objetivos. No les basta que les digas que NO, cuando pretenden hacerte una foto en medio de una subida de cuatro mil metros de altura. Además quieren una explicación. Y la desean en chino pues el inglés no lo practican.
Pero yo vengo de las montañas, donde el cielo es tan azul que las nubes se convierten en nieve para no dar la nota. Las altísimas cumbres nevadas relucen aun más sobre el fondo más azul que el mar, emergiendo del valle. Son ellas, las montañas, el único cultivo de la zona donde nada más puede germinar.
Los turistas, encerrados en sus jaulas de cuatro ruedas, contemplan esta maravilla a través de un cristal. Aunque muchos duermen. Afuera hace demasiado frío para bajar la ventanilla. Los más intrépidos tratan de tomar fotos desde el asiento sin despertar a su compañero que parece que no ha dormido en siete noches. Pero esas fotos son inútiles para recordar la inmensa belleza que aguarda detrás del sucio cristal del coche. Es como beber zumo de naranja recién exprimido con una paja rota.
Afortunadamente las montañas no mienten. Regalan su belleza sólo a quién dedica largo tiempo a observarlas (no basta con fotografiarlas). Son un tesoro aparentemente visible pero que permanece oculto a las lentes japonesas tan caras. El frío y la altitud son sus guardianes. Y el tiempo su inseparable aliado. Los turistas tienen frío, padecen mal de altura por haber subido tan rápido y carecen de tiempo pues deben ir a fotografiar otros paisajes.
El silencio retumba en las paredes de roca y nieve. No hay postes de electricidad, ni anuncios sobre móviles y no hay más música que el latir del corazón a cuatro mil metros de altura. Ni siquiera los aviones más potentes sobrevuelan estas cumbres.
Observarlas es un ejercicio de humildad, de resignación, de impotencia. Ni escalándolas se poseen jamás.
He cambiado de país y bastantes cosas han evolucionado. Los policías pakistaníes son una de ellas. En vez de proceder como sus colegas chinos que antes de darte los buenos días ya te han pedido el pasaporte, y en vez de decir a todo que NO (por norma), los oficiales pakistaníes, que cobran 120 dólares al mes te sonríen, no quieren ver tu foto en el pasaporte, te invitan a te y antes de que hayas preguntado si puedes dormir en el puesto fronterizo ya ellos te lo han ofrecido. Aunque lamentablemente los niños te piden Uanpen (un Boli), como ocurría en Marruecos. No son culpables. Los estúpidos turistas que durante años han pasado por aquí tirando bolis desde el coche tienen algo que ve.
Desde el valle de Hunza, sin bajar aún de los dos mil metros desde hace más de diez días, Paz y Bien, el biciclown.

viernes, 3 de octubre de 2008

Ovejas eléctricas (China, 03-10-2008)


A la entrada del gran mercado de animales la policía monta guardia. Cualquiera que pretenda acceder con ovejitas, vacas o dromedarios, debe pagar la tasa animal. Algunos se llevan recibo puesto y otros se llevan la mano al bolsillo en busca de una cantidad menor de la oficial que no requiera recibo. Hecha la ley hecha la trampa, y muchos vendedores se dedican a negociar doscientos metros antes del lugar acondicionado para tal fin.

Las negociaciones son duras y cada uno (vendedor y comprador) juegan su papel. Los compradores abren la boca del animal, le tocan el culo para ver la cantidad de grasa y, si es un toro, lo excitan para comprobar si va a ser suficiente amoroso. El vendedor alaba las cualidades del animal, el dinero gastado ese año en alimentarlo, las vacunas?, y espera que alguien cubra su oferta. A veces el corro es tan grande que los interesados se van a un lado y, al oído, como si se declarasen un amor muy antiguo, tratan de ajustar el precio. Por un dromedario piden casi mil dólares. Un poco caro para mi.

Fuera del mercado de animales, aunque es aún Ramadam, hay algunos puestos de comida, pero sobre todo herreros, zapateros, y chatarreros.
No lejos de allí, próximo a la ciudad vieja, se encuentra el Gran Bazar. Abierto todos los días pero que el domingo duplica sus puestos. A parte de ropa para la casa, para los niños, y todo lo inimaginable, abundan los puestos de frutos secos. Nueces del tamaño de manzanas y sobre todo dátiles, uvas pasas y almendras. Al foráneo acostumbran a pedirle tres veces el precio normal, pero con un poco de paciencia y un mucho de habilidad se consigue comprar al precio local.

Por las estrechas, pero asfaltadas, calles del mercado circulan también ladrones que tratan de aligerar peso del bolsillo del turista. También hay personas que pasean a enfermos para solicitar limosna o vendedores de remedios a base de serpiente. Un circo sin intermedio donde los artistas son locales y que los turistas tratan de llevarse en sus cámaras olvidándose de captarlo primero con el corazón.

El tráfico es caótico a las afueras del gran recinto, pero Kashgar es una ciudad moderna. Los semáforos tienen cuenta atrás, los supermercados parecen ciudades subterráneas con dependientes que reponen la mercancía al instante de ser retirada de la estantería. Abundan las motos eléctricas, que te adelantan sin el conveniente aviso del motor, y comparten carril con burros y muchas bicicletas también eléctricas. Tal vez un día, en el gran mercado dominical de animales de Kashgar, las ovejas, las vacas y los dromedarios funcionen también a pilas.

En el económico hotel donde me alojo estos días (tres euros la noche) me he encontrado con varios ciclistas. Alemanes, belgas, australianas, ingleses?, todos nos juntamos al anochecer y planeamos el ataque a la ciudad. El objetivo es buscar comida barata con la que saciar nuestro insaciable apetito. Durante el día ajustamos las bicis, lavamos la ropa y, la mayoría, acudimos a Internet con la esperanza de encontrar respuesta a nuestros mails de ayuda para esos repuestos que nunca serán suficientes pero que, sin ellos, el viaje nunca podría continuar. Espero conseguir los míos en Islamabad y poner fin a un año de dificultades.

Por otro lado, anticipo, que lanzaré la Tercera Edición de Kilómetros de Sonrisas (tal vez también el dvd agotado hace mucho) y publicaré el demandado Libro de Fotografías de África. Será allá por navidad, cuando la India destroce mi estómago con sus comidas picantes, y refuerce mi sonrisa con su hospitalidad.

Desde la ruta, día 1415, Paz y Bien, el biciclown.

sábado, 27 de septiembre de 2008

La China menos China (27-09-2008)


Hasta cuatro funcionarios, con guantes blancos, manosearon mi pasaporte. Todos eran comparsas, extras de la verdadera protagonista. Una dama muy poco atractiva, parapetada tras unas poco estéticas gafas, agazapada en su mostrador y con la lección bien aprendida en su curso sobre Pasaportes defectuosos. Las dos grapas que le coloqué al pasaporte en Iran, tras la rotura por las autoridades azeries no le gustaron nada a la poco sexy dama.

Aunque aún no hablo nada de chino, pude entender que la exclamación ?oju? expresada por la señorita no era nada bueno. Me hicieron pasar a una sala en la que me dieron un vaso de agua caliente y, sin haber comido en todo el día, traté de convencer al jefe de la poco agraciada dama de que las dos grapas son una tradición en los pasaportes españoles. Y coló. Una hora después de haber empezado los trámites en la aduana China aún no había llegado lo peor. Abrir las alforjas. El encargado de productos alimenticios en regla me tiró la leche en polvo. Había escuchado en las noticias que en China han muerto muchas personas (y más que seguro no dan a conocer) por haber consumido leche en polvo adulterada con melanina. Para asegurarse de que yo voy a ser uno de ellos arrojaron mi leche en polvo (rusa y de fácil disolución) en una papelera. Así debía comprar leche en polvo china. Que mala leche.
Pero no todo es malo en China. El asfalto es de buena calidad. Tras la paliza en Kyrgigistan aún no me creo que ruede sin saltar en el sillín cada metro, y que pueda levantar la vista de las piedras. La pobre Kogadonga ha aguantado como ha podido. Algun radio más roto, algún gancho partido, algún pegamento extrafuerte que no lo es tanto y, en fin, nada para lo que esa ruta ha supuesto. Dormir a menos diez bajo cero, con solo un litro y medio de agua, ver camiones tirados en la pista, tragarme el polvo de los que circulan y comer poco ha sido la tónica estos días. Nunca he visto una carretera tan mala con tanto tráfico. Ni aunque me pagaran una fortuna conduciría un camión por esas pistas. Pero el dinero lo puede todo.
Para ser justos con Kyrgigistan he de decir que todas las veces que he preguntado en los pueblos por la panadería acababan dándome pan casero e invitándome a te. Cuando llegué al primer pueblo Chino hice la prueba. Al pedir agua los policias me indicaron agitando las porras en el aire que me fuera. Se acabaron las olimpiadas y se esfumó la sonrisa china.
He llegado a Kasghar. Pocos kilómetros antes de llegar me detuve en un canal a afeitarme. Había que estar presentable para la entrada. Nunca se sabe a quien podía uno encontrarse. Llegar a esta ciudad moderna, con sus aceras y sus semáforos, con gente circulando en bici, con tiendas en las que los productos están marcados, con edificios de ladrillos y no de adobe, ha sido un triunfo de miles de kilómetros. La mayoría cuesta arriba.
Ahora toca lo de siempre: lavar la ropa, mimar a la bici un poco, actualizar la web, gestionar repuestos, y averiguar algo de la ruta hasta Pakistán. No hay descanso para el guerrero ni en la China menos comunista.
Desde Kashgar, día 1.408, Paz y Bien el biciclown.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Luna llena para una vida normal (Kyrgigistan)


No ha habido piedra, en la ruta desde Naryn hasta Jalal-Abad, que no hayan pisado mis neumáticos, que no me haya zarandeado en mi sillín, que no me haya hecho apretar los dientes y aferrarme con fuerza al manillar de mi querida Kogadonga. Que por cierto se ha comportado como una reina. Solo un pinchazo, como no, provocado por una botella rota. Los kyrguisas no saben ir al campo a tomar vodka y volver a casa con el envase. No. Lo tienen que tirar al suelo.

¿Y si el gobierno de este país cobrase una tasa de 2 som ( un euro 50 som) por cada envase? A lo mejor de esa forma la gente regresaría a casa con la botella. Y con el dinero obtenido el gobierno podría, por ejemplo, mejorar las carreteras o limpiarlas al menos de botellas de vodka y cerveza. Pero no es posible. Este gobierno carece de esa imaginación. Antes bien se dedica a machacar al turista con precios que provocan la huida. Para visitar un bonito parque de montaña, con su río y sus botellas, me pedían 200 soms. A mi acompañante local solamente 6.
Mi camino avanzaba hacia el sur, hacia la frontera con China que no iba a cruzar. El Torugat pass. Pues mi intención era otra. Era solamente visitar un caravanserai construido en piedra hace más de cinco siglos y que aún sigue en pie, desafiando a los historiadores que no logran encontrar una explicación de cómo, a más de tres mil metros de altura, el ser humano ha hecho una construcción tan perfecta solo destinada a acoger al viajero que, como Marco Polo, subía hasta estas nevadas cumbres para cruzar hacia China.
Ahora hasta Tash Rabat suben algunos turistas en coche para pasar alguna noche en las yurtas. Zoia y Yuri viven aquí arriba cinco meses, de Mayo a Septiembre. Cuidan del campamento, preparan comidas, y hasta una sauna. Me invitaron a pasar con ellos una noche. Cuando Yuri me dijo que me preparara para ir a la sauna pensé que bromeaba. Afuera había cero grados y comenzaba a llover o a nevar. Pero era cierto. Tanto como que después de la sauna me invitó a meterme en el río. La luna, que poco a poco iba engordando, ya aparecía por algunos peñascos y no invitaba al baño. Pero tras el calor de la sauna resultó refrescante. Y de nuevo vuelta a la sauna. Luego calentar la yurta con boñiga de yak y a dormir.
Fue la única noche en yurta desde que abandoné Naryn. El resto las he pasado en mi tienda: un palacio para mi. Observando como la luna iba creciendo y creciendo. Durmiendo casi todos los días a más de dos mil quinientos metros de altura y superando valles desiertos. En un día contabilicé dos coches.
Un error de presupuesto me ha hecho pasar los últimos días con un euro para comida. Ayer mismo me había quedado ya sin nada que echarle al arroz. El vecino apareció con unas nueces y unas patatas que sirvieron de complemento ideal. Durante muchos días mi único alimento era yogur que los pastores, generalmente mujeres, nunca me han negado.
Tengo ganas de abandonar este pais, para que nos vamos a engañar. He sido bien tratado pero también muchas veces humillado por conductores que no saben lo que es empujar una bici a más de tres mil metros de altura con fuerte viento en contra y asqueado de ver como ensucian su propio país. La mayoría de ellos se dicen musulmanes, yo les digo musulvodka, y no dudan en despertarte si te ven durmiendo bajo un árbol para tan sólo preguntarte de donde vienes. Sin embargo es el país donde he visto más ciclistas. Ahora viajo en compañía de un inglés que, con unos insultantes 22 años, se ha lanzado a recorrer el mundo por un tiempecito. Según él luego volverá a la civilización, se casará y tendrá hijos.
¿Y tú - me pregunta- cuando vas a llevar una vida normal?
Para mi esto es una vida normal. Creo que es más difícil casarse y tener hijos que dar la vuelta al mundo en bici- le respondo.
Math se ríe sin entenderme, pues aún le faltan unos años para descubrirlo por si mismo.
Desde Jalal Abad, día 1.400 menos uno, Paz y Bien, el biciclown.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Desde mi yurta (Kyrgigistan)

El último día del mes de agosto era el dia Nacional de Kyrgyzstan y con tal motivo numerosos actos estaban previstos. Pero días antes un avión que cubría la ruta Bishkek- Teheran se estrelló y el país está de luto. Aunque en los parques de la ciudad la fiesta no paró. Atracciones de feria sencillas servían de entretenimiento a las familias locales. Además el circo abrió sus puertas en una sesión gratuita y allí pude ver a algunos de los artistas que habían venido a presenciar mi espectáculo.

Emociona ver que un edificio entero se consagra al arte del Circo. Lejos de las carpas estacionarias, el edificio del circo en Bishkek tiene salas de entrenamientos y hasta caballerizas. El número de los caballos era sin duda el más impresionante, con jinetes cabalgando a velocidad de vértigo dentro del pequeño círculo de la pista: sentados del revés, de pie y hasta pasando por debajo del animal sin que este se detuviese.
No en vano los kirgisas son desde muy antiguo afamados jinetes. Mucho mejor que conductores. Éstos últimos piensan que las lineas blancas de la ruta son adornos que el gobierno ha pintado con motivo del día nacional.
El uno de septiembre volvía a la ruta. Acompañado por unos días por Andie, el austríaco con el que vengo pedaleando desde Tashkent. Pero pronto nuestro dispar ritmo nos distanció. Mis quince kilos de peso de más, sumados a mis once años de ventaja sobre él, provocan diferentes maneras de viajar. Kyrgyzstan no perdona una cana de más. Tal vez nos encontremos en el camino y brindemos con alguna cerveza por las cumbres de Kirguizistán. Sus pasos de montaña de más de tres mil metros me recuerdan mi edad y me obligan a empujar a kogadonga por las nevadas laderas. La noche es muy fría. Con valores negativos y tormentas de agua que se desatan en un abrir y cerrar de alforjas. Una helada mañana compruebo que dos de ellas están rajadas y paso las horas reparándolas y aguardando a que el pegamento haga su función. Si hay algo importante últimamente en mis alforjas son los repuestos, parches y demás utilería.
He llegado a los tres mil quinientos metros. Un paso de montaña que tiene las puertas abiertas solamente en verano. Esconde un tesoro que bien vale la pena los días de esfuerzo sobre la bici: el lago Song Kol. Claro es que se puede subir aquí en un cuatro por cuatro. Pero se contamina más y se disfruta menos. El placer tiene siempre su factura escondida. Song Kol es un lago a tres mil metros de altura, rodeado por interminables praderas salpicadas por yaks, vacas, caballos y ovejas. A lo lejos se divisan diminutos puntos blancos. Son las yurtas. La casa nómada por excelencia. Se montan en una hora y dentro la nieve y el viento no tienen cabida. Curiosamente son de forma circular al igual que la carpa de un circo Generalmente a la derecha de la puerta según se entra se halla la cocina. Alimentada por boñiga seca de yak. En el otro lado la montura del caballo. Al fondo los colchones y mantas. Cuando mayor sea la pila de éstos mayor será la riqueza de la familia. Mi tienda se monta en menos de cinco minutos, y es un refugio seguro contra el viento y la lluvia. En ella he pasado muchas horas: escribiendo el diario, estos reportajes, reparando el material, cocinando, y mirando el mapa para descubrir el camino a seguir. Cualquier camino que no sea circular me sirve. Si el material me respeta y el tiempo deja de jugar al gato y al ratón con mis prendas de invierno, me acercaré a la frontera china. En concreto al famoso Torugart pass Cerca existe una construcción del siglo quince muy especial. Es un caravanserai, una de esas posadas y fondas utilizadas, mucho antes de que a Marco Polo le salieran los primeros dientes, por los viajeros que seguían la ruta de la seda.
Más sin salir aún de Kyrgigistan, mi camino hacia Osh es largo y empinado. Pedregoso, nevado, y por momentos luminoso. Como cuando un halcón levanta el vuelo a escasos metros o cuando al sol le da por encender los colores de la montaña y un lago refleja las nevadas cumbres.
Desde mi yurta o desde mi carpa, con la nieve estrellándose inútilmente contra las pieles que recubren la estructura de madera, y la estufa haciendo confortable la estancia en este inhóspito y embrujador lago, Paz y Bien, el biciclown.

sábado, 30 de agosto de 2008

Los 12 inesperados días de Bishkek (Kyrgigistan)

No tenía intención alguna de visitar la capital de Kyrgigistan. Con la nueva rueda mis problemas con Kogadonga parecían resueltos en Tashckent. Nadie podía imaginar que los supuestamente mejores radios del mercado fallarían a los quinientos kilómetros. Sentir la rotura de un radio debe ser algo así como que a Paco de Lucía se le rompa una cuerda de su guitarra en mitad de Entre dos Aguas.

Es un sonido metálico, brusco, tan violento como una bofetada de mujer a plena luz del día en un parque con fuentes y rosales. Es como si te arrancan una muela sin anestesia. Los radios son las arterias de la bici. Por ellos circula la energía que mando desde mis piernas a la cadena y hace avanzar la rueda. Mantienen a esta en su eje y a mi en ruta. Sin ellos la rueda ladea y yo acabo en Bishkek. Enviando un mail a mis amigos a la espera de nuevos radios. Si los de DHL leyeran un poco más mi web comprobarían que hace muchos años que abandoné Oviedo. No tiene mucho sentido enviarme repuestos a esa ciudad cuando estoy en Kyrgigistan. Aunque hubiera bastado un poco más de atención simplemente en la lectura del domicilio del destinatario. Un error que no se cuánto me costará. Me iré de Bishkek el lunes uno de septiembre con la incertidumbre de si la rueda aguantará hasta Osh. Los caminos son de los que normalmente parten parrillas y pedales y provocan desencaje de muñecas y aflojamiento de empastes. Confíemos en mi ángel de la guarda una vez más. Espero haya vuelto de la playa.
Pero el tiempo en Bishkek ha sido útil para otros menesteres. Dado el tiempo que debía aguardar el paquete que al final no ha llegado he optado por tramitar la visa de Pakistán y la de la India. En Pakistán he recibido la oferta del Jefe de Visados de la Embajada de visitarle en Islamabad. Le conocí cuando él era Canciller de la Embajada en Harare, Zimbabwe. Allí colaboró para que se organizara un Taller de clown y hasta contribuyó a titulo personal con mi proyecto. Ahora le visitaré en su nuevo destino al que él ha llegado en avión y yo llegaré en bicicleta..Aunque no ha sido fácil obtener el visado pues las Embajadas de Pakistán en el exterior acostumbran a pedir carta de invitación y las autoridades españolas que se dedican a la política exterior no quieren españoles en la zona. Afortunadamente, la Embajada de Pakistán en Bishkek obvia ese trámite y concede el visado en el día a ciclistas-payasos que hacen magia en la ventanilla de la entrada.
El visado de la India ha sido cosa de una semana y cuatro horas de espera en pasillo y butaca quemada con cigarrillo.
Pero la sorpresa agradable de estos doce días en la capital me la ha dado mi clown. Es lo que tiene eso de ser bipolar y biciclown. Si falla la bici queda el clown y viceversa. Tras una entrevista con los responsables de comunicación de UNICEF, decidieron apoyar mi causa y organizar mi espectáculo. Sólo había un dia y medio para hacerlo pero el esfuerzo de muchas personas valió la pena. Consiguieron el Teatro de la ciudad destinado a actividades infantiles para ofrecer el espectáculo. Involucraron al circo estable de la ciudad que aportó tres artistas para calentar el ambiente. Invitaron a los artistas de circo más importantes del país. El acceso al escenario, al acabar la representación, de un hombre de cerca de sesenta años que vino rápidamente a darme un beso y un abrazo me llenó de emoción. Pero más aún cuando supe que era el más famoso payaso de Kirguizistán que, micrófono en mano, alababa mi arte y mi profesionalidad. Una niña vestida con el traje nacional subió también a darme un ramo de flores (me sentía como la Caballé). Y lo más importante, por supuesto, es que el show fue presenciado por cerca de doscientos niños de tres orfanatos y centros especiales subvencionados por UNICEF.
Como les dije a los responsables de la organización en la reunión previa al show: no creo en UNICEF como no creo en la Cruz Roja o en muchas organizaciones. Creo en las personas que hay detrás. Y si ellas con capaz de hacer algo bueno eso es lo importante.
Al día siguiente los dos periódicos más importantes abrían y cerraban con fotos del show y recogían las líneas maestras de mi proyecto.
Me siento afortunado por haber sido capaz de hacer reír a niños y adultos y satisfecho por los resultados obtenidos. Los doce días en Bishkek no han sido para gloria de la bici pero si para dar moral al clown. Al fin y al cabo, ambos juegan en el mismo equipo.
Desde la ruta de la seda, día 1381, Paz y Bien, el biciclown.

P.D. Gracias a una generosa aportación de Mr. Imprevistos, mi teléfono satelital vuelve a funcionar en este país. Para contactar conmigo previamente avisar por mail, pues debo apuntar con la antena a Orión y no tengo por costumbre hacerlo.

martes, 26 de agosto de 2008

Gente en La Mayor (Kirguizistán 26-08-2008)


El treinta y uno de diciembre del pasado año me encontraba saliendo del abarrotado bazar de Damasco en Siria cuando una chica, pequeñita y de largos cabellos, se me acercó hablado una mezcla de lenguas que sólo los ciclistas que han estado muchos meses fuera de casa consiguen reproducir. Angelina estaba en ese momento sin la bicicleta. Llevaba tiempo viajando con su pareja, Stefano, de Lugano (Suiza). Angelina es francesa. A Stefano no le conocí ese día sino casi un año después, en Bishkek.

Toto es un peculiar tipo de Quebec. Viaja al menos seis meses al año, en bici, en canoa o a pie. Con su poblada barba y sus ojos brillantes y profundos resulta fácil confundirlo con un afgano. Eso le ha reportado muchas horas de espera en los aeropuertos y muchas inspecciones en las aduanas. Toto viaja ahora con su amigo Patrick y estarán ya disfrutando de las delicias culinarias de Bangkok y, como no, de sus calores húmedos. A ambos les he conocido durante mis largos días en Bishkek. Toto siempre que se levantaba cada mañanay, en vez del consabido Good Morning, nos brindaba a todos un UH UH¡¡¡, un grito de alegría y una sonrisa ante el nuevo día.
A Stephano, la pareja de Angelina, le conocí en Bishkek. Ambos aguardamos nuestros visados para la India. Stephano también tiene los ojos limpios y la mirada profunda. De esas que te llegan directamente al corazón. No cesa de insistirme en que convenza a Angelina para que vayan a pedalear a África. Llevan viajando muchos meses y ahora ambos están un poco indigestos de ruta y desean parar un poco. Refrescar los ojos para el viaje.
Afortunadamente para mí ese virus aún no me ha atacado y mis ojos siguen tan sedientos de montañas como el primer día.
Stephano y Toto son gente en La Mayor. Te regalan sonrisas y se comen sus problemas. Son personas tan positiva que mis días de espera en Bishkek, lentos como un antiguo tren de mercancías, han pasado rápidos como un cometa.
Debo extender mi visado kirguiz en Naryn y tratar de llegar a Kashgar a fines de septiembre. Todo es burocracia en estos países y las horas de espera tras la ventanilla me hacen crecer un poco más el pelo.
La espera en Bishkek se prolonga. Los repuestos para la rueda trasera, los radios enviados por Bike-tech, llegarán el jueves. El viernes recogeré el visado de la India. Seis meses¡¡¡¡. No los usaré todos, pero al menos podré descansar de burocracia por un tiempo. Ayer fue además un gran día. Conseguí el visado para Pakistán. Sólo hay un pequeño problema. El único paso entre China y Pakistán es el famoso Kunjerab pass.de más de cuatro mil metros de altura. Aunque tratan de mantenerlo abierto durante el mayor tiempo posible, las fuertes nevadas de la zona obligarán a cerrarlo en Noviembre, o tal vez en Octubre. Nadie lo sabe con certeza. Entro pues en una nueva contrarreloj individual. Debo reducir mis días en Kirguizistán para tratar de llegar a Kashgar (China) antes de que finalice septiembre. De ahí al Kunjerab pass me espera la renombrada Karakorum High way (KKH) así denominada no por el buen estado de su asfalto (es tierra en su mayoría) sino por la enorme altitud de sus pasos.
Y quien sabe, incluso pueda actuar aquí. Tras varios días aguardando la respuesta, por fin un responsable de UNICEF se ha puesto en contacto conmigo para tratar de organizar un show. No hay mucho tiempo para organizarlo. Apenas 24 h. A las 14h de Bishkek tengo una entrevista con la responsable local.
Mi ánimo se recobra cuando escucho a mis amigos al otro lado del teléfono. Tras la absoluta errónea información proporcionada por la compañía que comercializa Thuraya en España, Satlink, me había quedado con el terminal bloqueado. Cuidadín con las atractivas ofertas cuya letra es tan pequeña que no aparece en los mails. Mi amigo imprevistos (ya vais entendiendo el porqué del nombre) le ha insuflado un poco de crédito con lo que al menos poder estar un poco más comunicado. Su llamada y su promesa de visita en la India (con la Sole del brazo) me ha provocado un gran La Mayor.
Desde el país con más minifaldas por metro cuadrado de toda Asia Central, día .1.376 Paz y Bien, el biciclown.