sábado, 27 de septiembre de 2008

La China menos China (27-09-2008)


Hasta cuatro funcionarios, con guantes blancos, manosearon mi pasaporte. Todos eran comparsas, extras de la verdadera protagonista. Una dama muy poco atractiva, parapetada tras unas poco estéticas gafas, agazapada en su mostrador y con la lección bien aprendida en su curso sobre Pasaportes defectuosos. Las dos grapas que le coloqué al pasaporte en Iran, tras la rotura por las autoridades azeries no le gustaron nada a la poco sexy dama.

Aunque aún no hablo nada de chino, pude entender que la exclamación ?oju? expresada por la señorita no era nada bueno. Me hicieron pasar a una sala en la que me dieron un vaso de agua caliente y, sin haber comido en todo el día, traté de convencer al jefe de la poco agraciada dama de que las dos grapas son una tradición en los pasaportes españoles. Y coló. Una hora después de haber empezado los trámites en la aduana China aún no había llegado lo peor. Abrir las alforjas. El encargado de productos alimenticios en regla me tiró la leche en polvo. Había escuchado en las noticias que en China han muerto muchas personas (y más que seguro no dan a conocer) por haber consumido leche en polvo adulterada con melanina. Para asegurarse de que yo voy a ser uno de ellos arrojaron mi leche en polvo (rusa y de fácil disolución) en una papelera. Así debía comprar leche en polvo china. Que mala leche.
Pero no todo es malo en China. El asfalto es de buena calidad. Tras la paliza en Kyrgigistan aún no me creo que ruede sin saltar en el sillín cada metro, y que pueda levantar la vista de las piedras. La pobre Kogadonga ha aguantado como ha podido. Algun radio más roto, algún gancho partido, algún pegamento extrafuerte que no lo es tanto y, en fin, nada para lo que esa ruta ha supuesto. Dormir a menos diez bajo cero, con solo un litro y medio de agua, ver camiones tirados en la pista, tragarme el polvo de los que circulan y comer poco ha sido la tónica estos días. Nunca he visto una carretera tan mala con tanto tráfico. Ni aunque me pagaran una fortuna conduciría un camión por esas pistas. Pero el dinero lo puede todo.
Para ser justos con Kyrgigistan he de decir que todas las veces que he preguntado en los pueblos por la panadería acababan dándome pan casero e invitándome a te. Cuando llegué al primer pueblo Chino hice la prueba. Al pedir agua los policias me indicaron agitando las porras en el aire que me fuera. Se acabaron las olimpiadas y se esfumó la sonrisa china.
He llegado a Kasghar. Pocos kilómetros antes de llegar me detuve en un canal a afeitarme. Había que estar presentable para la entrada. Nunca se sabe a quien podía uno encontrarse. Llegar a esta ciudad moderna, con sus aceras y sus semáforos, con gente circulando en bici, con tiendas en las que los productos están marcados, con edificios de ladrillos y no de adobe, ha sido un triunfo de miles de kilómetros. La mayoría cuesta arriba.
Ahora toca lo de siempre: lavar la ropa, mimar a la bici un poco, actualizar la web, gestionar repuestos, y averiguar algo de la ruta hasta Pakistán. No hay descanso para el guerrero ni en la China menos comunista.
Desde Kashgar, día 1.408, Paz y Bien el biciclown.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Luna llena para una vida normal (Kyrgigistan)


No ha habido piedra, en la ruta desde Naryn hasta Jalal-Abad, que no hayan pisado mis neumáticos, que no me haya zarandeado en mi sillín, que no me haya hecho apretar los dientes y aferrarme con fuerza al manillar de mi querida Kogadonga. Que por cierto se ha comportado como una reina. Solo un pinchazo, como no, provocado por una botella rota. Los kyrguisas no saben ir al campo a tomar vodka y volver a casa con el envase. No. Lo tienen que tirar al suelo.

¿Y si el gobierno de este país cobrase una tasa de 2 som ( un euro 50 som) por cada envase? A lo mejor de esa forma la gente regresaría a casa con la botella. Y con el dinero obtenido el gobierno podría, por ejemplo, mejorar las carreteras o limpiarlas al menos de botellas de vodka y cerveza. Pero no es posible. Este gobierno carece de esa imaginación. Antes bien se dedica a machacar al turista con precios que provocan la huida. Para visitar un bonito parque de montaña, con su río y sus botellas, me pedían 200 soms. A mi acompañante local solamente 6.
Mi camino avanzaba hacia el sur, hacia la frontera con China que no iba a cruzar. El Torugat pass. Pues mi intención era otra. Era solamente visitar un caravanserai construido en piedra hace más de cinco siglos y que aún sigue en pie, desafiando a los historiadores que no logran encontrar una explicación de cómo, a más de tres mil metros de altura, el ser humano ha hecho una construcción tan perfecta solo destinada a acoger al viajero que, como Marco Polo, subía hasta estas nevadas cumbres para cruzar hacia China.
Ahora hasta Tash Rabat suben algunos turistas en coche para pasar alguna noche en las yurtas. Zoia y Yuri viven aquí arriba cinco meses, de Mayo a Septiembre. Cuidan del campamento, preparan comidas, y hasta una sauna. Me invitaron a pasar con ellos una noche. Cuando Yuri me dijo que me preparara para ir a la sauna pensé que bromeaba. Afuera había cero grados y comenzaba a llover o a nevar. Pero era cierto. Tanto como que después de la sauna me invitó a meterme en el río. La luna, que poco a poco iba engordando, ya aparecía por algunos peñascos y no invitaba al baño. Pero tras el calor de la sauna resultó refrescante. Y de nuevo vuelta a la sauna. Luego calentar la yurta con boñiga de yak y a dormir.
Fue la única noche en yurta desde que abandoné Naryn. El resto las he pasado en mi tienda: un palacio para mi. Observando como la luna iba creciendo y creciendo. Durmiendo casi todos los días a más de dos mil quinientos metros de altura y superando valles desiertos. En un día contabilicé dos coches.
Un error de presupuesto me ha hecho pasar los últimos días con un euro para comida. Ayer mismo me había quedado ya sin nada que echarle al arroz. El vecino apareció con unas nueces y unas patatas que sirvieron de complemento ideal. Durante muchos días mi único alimento era yogur que los pastores, generalmente mujeres, nunca me han negado.
Tengo ganas de abandonar este pais, para que nos vamos a engañar. He sido bien tratado pero también muchas veces humillado por conductores que no saben lo que es empujar una bici a más de tres mil metros de altura con fuerte viento en contra y asqueado de ver como ensucian su propio país. La mayoría de ellos se dicen musulmanes, yo les digo musulvodka, y no dudan en despertarte si te ven durmiendo bajo un árbol para tan sólo preguntarte de donde vienes. Sin embargo es el país donde he visto más ciclistas. Ahora viajo en compañía de un inglés que, con unos insultantes 22 años, se ha lanzado a recorrer el mundo por un tiempecito. Según él luego volverá a la civilización, se casará y tendrá hijos.
¿Y tú - me pregunta- cuando vas a llevar una vida normal?
Para mi esto es una vida normal. Creo que es más difícil casarse y tener hijos que dar la vuelta al mundo en bici- le respondo.
Math se ríe sin entenderme, pues aún le faltan unos años para descubrirlo por si mismo.
Desde Jalal Abad, día 1.400 menos uno, Paz y Bien, el biciclown.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Desde mi yurta (Kyrgigistan)

El último día del mes de agosto era el dia Nacional de Kyrgyzstan y con tal motivo numerosos actos estaban previstos. Pero días antes un avión que cubría la ruta Bishkek- Teheran se estrelló y el país está de luto. Aunque en los parques de la ciudad la fiesta no paró. Atracciones de feria sencillas servían de entretenimiento a las familias locales. Además el circo abrió sus puertas en una sesión gratuita y allí pude ver a algunos de los artistas que habían venido a presenciar mi espectáculo.

Emociona ver que un edificio entero se consagra al arte del Circo. Lejos de las carpas estacionarias, el edificio del circo en Bishkek tiene salas de entrenamientos y hasta caballerizas. El número de los caballos era sin duda el más impresionante, con jinetes cabalgando a velocidad de vértigo dentro del pequeño círculo de la pista: sentados del revés, de pie y hasta pasando por debajo del animal sin que este se detuviese.
No en vano los kirgisas son desde muy antiguo afamados jinetes. Mucho mejor que conductores. Éstos últimos piensan que las lineas blancas de la ruta son adornos que el gobierno ha pintado con motivo del día nacional.
El uno de septiembre volvía a la ruta. Acompañado por unos días por Andie, el austríaco con el que vengo pedaleando desde Tashkent. Pero pronto nuestro dispar ritmo nos distanció. Mis quince kilos de peso de más, sumados a mis once años de ventaja sobre él, provocan diferentes maneras de viajar. Kyrgyzstan no perdona una cana de más. Tal vez nos encontremos en el camino y brindemos con alguna cerveza por las cumbres de Kirguizistán. Sus pasos de montaña de más de tres mil metros me recuerdan mi edad y me obligan a empujar a kogadonga por las nevadas laderas. La noche es muy fría. Con valores negativos y tormentas de agua que se desatan en un abrir y cerrar de alforjas. Una helada mañana compruebo que dos de ellas están rajadas y paso las horas reparándolas y aguardando a que el pegamento haga su función. Si hay algo importante últimamente en mis alforjas son los repuestos, parches y demás utilería.
He llegado a los tres mil quinientos metros. Un paso de montaña que tiene las puertas abiertas solamente en verano. Esconde un tesoro que bien vale la pena los días de esfuerzo sobre la bici: el lago Song Kol. Claro es que se puede subir aquí en un cuatro por cuatro. Pero se contamina más y se disfruta menos. El placer tiene siempre su factura escondida. Song Kol es un lago a tres mil metros de altura, rodeado por interminables praderas salpicadas por yaks, vacas, caballos y ovejas. A lo lejos se divisan diminutos puntos blancos. Son las yurtas. La casa nómada por excelencia. Se montan en una hora y dentro la nieve y el viento no tienen cabida. Curiosamente son de forma circular al igual que la carpa de un circo Generalmente a la derecha de la puerta según se entra se halla la cocina. Alimentada por boñiga seca de yak. En el otro lado la montura del caballo. Al fondo los colchones y mantas. Cuando mayor sea la pila de éstos mayor será la riqueza de la familia. Mi tienda se monta en menos de cinco minutos, y es un refugio seguro contra el viento y la lluvia. En ella he pasado muchas horas: escribiendo el diario, estos reportajes, reparando el material, cocinando, y mirando el mapa para descubrir el camino a seguir. Cualquier camino que no sea circular me sirve. Si el material me respeta y el tiempo deja de jugar al gato y al ratón con mis prendas de invierno, me acercaré a la frontera china. En concreto al famoso Torugart pass Cerca existe una construcción del siglo quince muy especial. Es un caravanserai, una de esas posadas y fondas utilizadas, mucho antes de que a Marco Polo le salieran los primeros dientes, por los viajeros que seguían la ruta de la seda.
Más sin salir aún de Kyrgigistan, mi camino hacia Osh es largo y empinado. Pedregoso, nevado, y por momentos luminoso. Como cuando un halcón levanta el vuelo a escasos metros o cuando al sol le da por encender los colores de la montaña y un lago refleja las nevadas cumbres.
Desde mi yurta o desde mi carpa, con la nieve estrellándose inútilmente contra las pieles que recubren la estructura de madera, y la estufa haciendo confortable la estancia en este inhóspito y embrujador lago, Paz y Bien, el biciclown.