lunes, 27 de octubre de 2008

El cocinero, el Babussar y el fortasec hay que meter (Pakistan 27-10-2008)

El cocinero de mi cena en Chilas ha querido ser protagonista de estos días. Tras la cena de no se qué vegetales con alguna rara salsa, las visitas al baño durante la noche fueron habituales. Nada me guardé dentro de mí. No era lo mejor para empezar la jornada hacia el Babussar pass. Con el estómago vacío y náuseas avancé por el desfiladero que apuntaba al cielo desde el primer kilómetro. Los obreros que trabajan en la carretera me detuvieron. Decían que el paso estaba cortado. Pero no les hice caso y seguí.

Me tenía que parar cada veinte minutos a descansar. Estaba sin energía pero sabía que debía seguir. En toda la jornada no llevaba más de veinte kilómetros y estaba muerto. No podía comer nada porque lo expulsaba de inmediato. Hasta el agua. En una de las rampas más duras un hombre que regresaba a casa con un burro me ayudó a empujar la bici. En ese momento un camión vacío pasó y me echaron una mano para colocar la bici en la parte de atrás. No podía más. En el camión hice los diez kilómetros que me faltaban hasta Babusar, a casi tres mil metros de altura. En bici me hubiera llevado otro día de pedaleo y diarrea. Allí pasaría la noche en la casa de una familia que, justo al día siguiente, partiría hacia Chilas. Pues en Babussar nadie vive en invierno, y este ya ha comenzado. Durante toda la tarde estuvimos negociando el precio de un porteador y un burro, o dos porteadores, que me ayudaran al día siguiente a coronar el paso de montaña. No sabía si el precio era el problema o simplemente es que no querían pegarse la paliza de subir los 1.470 metros que restaban hasta la cumbre. Con la mano en vertical me trataban de intimidar aconsejándome que regresara a Chilas. Pero no me conocen. Me prometieron dos porteadores y me fui a dormir, sin cenar. Durante la noche visité más de lo habitual el baño. No se con qué energía iba a afrontar la subida. Aunque yo solo tuviese que empujar la bici no tenía fuerzas ni para levantar las piernas.
A la mañana siguiente apareció solo un porteador. Decía que él podía hacerlo. Pero aunque esta gente es muy fuerte y están acostumbrados a caminar por estos pagos, cargar con 46 kilos en la espalda me parecía demasiado. Presionando un poco conseguí que apareciese un amable burro que llevaría gran parte de la carga. En toda la subida el burro no abrió ni una sola vez la boca. Al contrario que yo que no la cerré un instante. Casi cuatro horas tardamos en subir los quince kilómetros hasta los 4.175 metros. Que alegría haber superado este diarreico paso de montaña. Al otro lado del valle me aguardaba una tormenta de nieve. No me importaba en absoluto. Perdí altura lo más rápido que pude por una carretera llena de piedras y baches y alcance Gittidas. Ahora mismo un pueblo fantasma, pues nadie habita en invierno estas casas de piedra. Gittidas era para mi como un gran hotel cuyas habitaciones estaban abiertas y diseminadas por la ladera de la montaña. Elegí una, ni muy grande ni muy pequeña, y tras hacer un fuego para calentarme me dispuse a buscar en el botiquín el fortasec. Pues de no comer algo no tendré energía ni para frenar en la bajada.
Con el papel higiénico en la mano, Paz y Bien, el biciclown.