lunes, 27 de octubre de 2008

El cocinero, el Babussar y el fortasec hay que meter (Pakistan 27-10-2008)

El cocinero de mi cena en Chilas ha querido ser protagonista de estos días. Tras la cena de no se qué vegetales con alguna rara salsa, las visitas al baño durante la noche fueron habituales. Nada me guardé dentro de mí. No era lo mejor para empezar la jornada hacia el Babussar pass. Con el estómago vacío y náuseas avancé por el desfiladero que apuntaba al cielo desde el primer kilómetro. Los obreros que trabajan en la carretera me detuvieron. Decían que el paso estaba cortado. Pero no les hice caso y seguí.

Me tenía que parar cada veinte minutos a descansar. Estaba sin energía pero sabía que debía seguir. En toda la jornada no llevaba más de veinte kilómetros y estaba muerto. No podía comer nada porque lo expulsaba de inmediato. Hasta el agua. En una de las rampas más duras un hombre que regresaba a casa con un burro me ayudó a empujar la bici. En ese momento un camión vacío pasó y me echaron una mano para colocar la bici en la parte de atrás. No podía más. En el camión hice los diez kilómetros que me faltaban hasta Babusar, a casi tres mil metros de altura. En bici me hubiera llevado otro día de pedaleo y diarrea. Allí pasaría la noche en la casa de una familia que, justo al día siguiente, partiría hacia Chilas. Pues en Babussar nadie vive en invierno, y este ya ha comenzado. Durante toda la tarde estuvimos negociando el precio de un porteador y un burro, o dos porteadores, que me ayudaran al día siguiente a coronar el paso de montaña. No sabía si el precio era el problema o simplemente es que no querían pegarse la paliza de subir los 1.470 metros que restaban hasta la cumbre. Con la mano en vertical me trataban de intimidar aconsejándome que regresara a Chilas. Pero no me conocen. Me prometieron dos porteadores y me fui a dormir, sin cenar. Durante la noche visité más de lo habitual el baño. No se con qué energía iba a afrontar la subida. Aunque yo solo tuviese que empujar la bici no tenía fuerzas ni para levantar las piernas.
A la mañana siguiente apareció solo un porteador. Decía que él podía hacerlo. Pero aunque esta gente es muy fuerte y están acostumbrados a caminar por estos pagos, cargar con 46 kilos en la espalda me parecía demasiado. Presionando un poco conseguí que apareciese un amable burro que llevaría gran parte de la carga. En toda la subida el burro no abrió ni una sola vez la boca. Al contrario que yo que no la cerré un instante. Casi cuatro horas tardamos en subir los quince kilómetros hasta los 4.175 metros. Que alegría haber superado este diarreico paso de montaña. Al otro lado del valle me aguardaba una tormenta de nieve. No me importaba en absoluto. Perdí altura lo más rápido que pude por una carretera llena de piedras y baches y alcance Gittidas. Ahora mismo un pueblo fantasma, pues nadie habita en invierno estas casas de piedra. Gittidas era para mi como un gran hotel cuyas habitaciones estaban abiertas y diseminadas por la ladera de la montaña. Elegí una, ni muy grande ni muy pequeña, y tras hacer un fuego para calentarme me dispuse a buscar en el botiquín el fortasec. Pues de no comer algo no tendré energía ni para frenar en la bajada.
Con el papel higiénico en la mano, Paz y Bien, el biciclown.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La Montaña Desnuda se deja ver pero con guía (Pakistan 22-10-2008)

Hace años una turista japonesa fue violada cerca del campamento base. La versión oficial afirma que murió de mal de altura.
Este año una pareja checoslovaca que dormía en el campamento base fue asaltada a punta de pistola y perdieron casi 500 euros. El guía no pudo hacer nada. Estos hechos convierten al Nanga Parbat en una montaña peligrosa. Los habitantes del valle, en Rupal y Tarashing, ignoran el potencial que puede suponer el turismo. No quieren ni verlo.


Cuando estos hechos ocurrieron la policía de Astore subió a la montaña y se llevó muchos inocentes a la comisaría donde fueron brutalmente golpeados. Esto me lo contaba un policía, muy amable, que impide ahora cumpliendo órdenes que ningún turista suba más allá de Tarashing sin guía.
La tarde que llegué a Tarashing llovía y no se veía la montaña. Varios turistas regresaron a Astore por tal motivo pues además no se esperaba mejoría para el día siguiente. Pero yo, junto a otro canadiense casualmente ciclista, aguardamos durante la desapacible noche. Al amanecer un cielo azul parecía burlarse y sacarle la lengua a la noche de tormenta. Todo el valle estaba cubierto de nieve pero en el cielo no había una sola nube. Corriendo y sin desayunar, fui a ver al canadiense que ya estaba listo para salir. La policía nos facilitó un guía (diez euros la jornada) y recorrimos en poco más de tres horas el camino hasta el Campo Base del Nanga Parbat, que en Kashmir significa Montaña Desnuda. Nos cruzamos con varios colegiales que acudían a la escuela en una caminata de más de media hora. Pensar que cada día debían cubrir dos veces esa distancia, con nieve, lluvia o si tienen suerte como hoy, con sol... Las chicas van tapadas con la saya blanca y no dudan en escupirte si te ven desenfundar la cámara. Adorables. Los chicos son más amables y sólo te piden un bolígrafo o algunas rupias o, como fue el caso, que les sacara una foto.
Describir la sensación de tener delante de ti, sin ni siquiera un árbol que entorpezca la visión, uno de los catorce ochomiles de la Tierra exige mucha destreza. Aunque el campo base en el que me encontraba se hallaba a 3.350 metros, la montaña no parecía que tuviese más de ocho mil metros. Si no fuera porque para mirar su cumbre había que levantar considerablemente la cabeza y, porque de no ser por mi amigo canadiense, que me prestó su lente 10-22mm, no hubiera podido sacar una foto de la montaña pues se escapaba del campo de visión de mi objetivo 18-200.
Ni el guía, ni el canadiense, ni yo hablamos mucho cuando nos encontramos delante de esa mole de roca y nieve. Nos limitábamos a escuchar el estruendo de las toneladas de nieve que se desprendían de la pared vertical de 4.500 m., una de las mayores del Planeta. Tan vertical que la nieve no puede guardar el equilibrio y se viene abajo.
En aquéllos instantes que guardaré como un tesoro en mi memoria, me acordé de dos grandes amigos que aman la montaña: Jose de la tienda Oxígeno y Agustín salesiano de Urnieta (Guipuzcoa). A ellos dedico esta crónica.
Pero ese desnivel no es nada comparado con el que me espera ahora. Tres mil metros en 50 kilómetros sin asfaltar. Para evitar las piedras que los encantadores niños pakistaníes ya empiezan a arrojarme, y que abundan a partir de Chilas, solo hay una alternativa: el Babussar pass de 4.175 metros. Abierto en el año 1.892 por los ingleses y que era la única salida de Gilgit antes de la construcción de la Karakorum High way. Ahora ha caído en desuso, salvo los meses de verano, pero han comenzado los trabajos de adecentamientos de la pista de rocas y arena que abrieron los súbditos de su Majestad. A mediados de octubre, con la nieve cubriendo ya las cimas de más de tres mil metros, recorrer el valle de Kaghan y superar el Babussar pass tiene más que ver con la conquista de una cumbre que con andar en bicicleta. Chilas se halla a poco más de mil metros sobre el nivel del mar. La cima del Babussar está a 4.175 m, y entre ambos lugares hay sólo 43 kms (sin asfaltar) de diferencia. Pero el paisaje de pinos, de lagos y la grandeza de las montañas nevadas en días soleados son el justo premio que podré llevarme si consigo superarlo.
Desde la demasiado noticiable Pakistán, Paz y Bien el biciclown.

lunes, 20 de octubre de 2008

Mr. Yaqoob y el Nanga Parbat (Pakistan 20-10-2008)

A las once de la noche, el dueño del pequeño hotel llamado Medina, en Gilgit, está planchando ropa. Hace años que regenta este hotel desde que abandonó su oficio de mecánico de bicicletas.

En el libro a disposición de los visitantes para que hagan sus observaciones, Mr. Yaqoob (el propietario del hotel) a veces deja sus explicaciones. Justifica el precio de sus habitaciones (menos de 3 euros la simple) por la carestía de la vida y pide a Dios que mejore la situación política de Pakistán o se verá obligado a cerrar. Y con ello se irán al paro sus empleados.

Mr. Yaqoob dice que antes del nueve de septiembre él era jefe de este lugar y ahora es un sirviente más. A fe que lo es pues trabaja más que nadie. Con la donación de cinco mil dólares de una antigua cliente ha comprado montones de ropa en Kachemira y trata de venderlos en la calle, durante los meses que el hotel permanece cerrado por causa del mal tiempo y la ausencia de turistas (ocho meses al año). Así provee también de un empleo a sus trabajadores el resto del año. Pero la temporada próxima es posible que la Medina Guest house deba cerrar pues el propietario del terreno pretende subirle la renta un 13% por año. Es una manera de obligarle a cerrar.

En las calles de Gilgit la policía patrulla. La ciudad tiene varias puertas metálicas que son cerradas a media noche impidiendo que circulen personas de un lado a otro. Las luchas entre shiitas y sunitas no son tan lejanas. Durante la mañana el trajín es incesante. Hay varios mercados y todo el mundo parece ocupado. Hasta los vagabundos hacen horas extras. Las motos circulan a velocidad de Gran Premio por las estrechas y sucias callejuelas. Casi todos los comercios ofrecen lo mismo y a los mismos precios. Abunda el te y los frutos secos, pero escasea el auténtico café.

Las peluquerías (de hombres) siempre están llenas. Afuera cuelgan de los cables de la luz las toallas mojadas, como reclamo, y para que sequen. Los restaurantes sin higiene son una plaga. Con la misma mano que cobra, el dueño te sirve unas patatas o enciende un cigarrillo. Si tienes suerte es la derecha (la izquierda la utilizan para lo que nosotros usamos el papel higiénico). Mejor no ver y comer. Los vasos de agua y las tazas de te no conocen el jabón y la cocina nunca ha visto un estropajo.

Los perros, inofensivos para el ser humano, se dan un banquete al anochecer en las oscuras calles plagadas de agujeros traidores. Hay un Internet, o tal vez dos, con una conexión que se puede resumir en cinco minutos para abrir un mail sin archivo adjunto.

Gilgit es un hervidero de actividad, y parece no haber sitio para la gente honrada y trabajadora como Mr. Yaqoob, a quien los bancos no dan crédito pues nadie quiere invertir en turismo estos días en Pakistán. A pesar de ser una tierra hermosísima en la que parecen escasear por igual el sentido común y las mujeres. Es raro ver alguna por la calle y ni por error
entrarán en el restaurante. Ni soñando verás una chica entre 18 y 25 años (edad casadera). Y si ves algo parecido a una mujer estará tan oculto debajo de velos, mantas y demás textiles que es como si te dieran una chocolatina metida en siete cofres y cerrados con quince llaves. Se te acaban quitando las ganas, o mejor dicho, se te olvida que un día las tuviste.

He dejado la Karakorum High way por unos días para contemplar más de cerca una de las catorce montañas que en esta Tierra superan los ocho mil
metros. Desde que tengo uso de razón y de memoria (más o menos desde los ocho años) un póster decoraba las paredes de mi antigua habitación. Era
una montaña nevada llamada Nanga Parbat que, ahora se, se encuentra en Pakistán. Aunque hay agencias que te llevan a verla en jeep, en mi opinión acercarte a una Gran Montaña (uno de los catorce ocho miles) en coche es como, y perdón por la comparación, ir de putas. Acostarte con una bella dama y luego pagar con tarjeta no tiene gracia. Las grandes conquistas requieren esfuerzo. Y no económico sino físico.

Tras salvar los más de mil metros de desnivel, he llegado a Astore. Me he refugiado, exhausto, en un hotelucho (con suciedad recopilada desde la época en que Pakistán era colonia inglesa) y he salido a recorrer las calles de esta vibrante villa colgada en sendas laderas de Rama Gah. No se de que puede vivir la gente aquí, en un lugar en el que la luz se va continuamente (o mejor dicho viene de vez en cuando), y el frío está acechando en cada esquina.

Desde la ruta, sin internet, el biciclown oliendo ya a islamabad.

viernes, 17 de octubre de 2008

El fuerte de Balti y la Historia de la verruga (Pakistan 17-10-2008)

Había una vez una princesa, ni muy hermosa ni muy olorosa, que vivía a
orillas del río Hunza cuyas aguas lechosas bajan a toda velocidad hacia el
abrazo de espuma de su hermano el Gilgit, para unirse ambos más tarde al
gran río Indo.


A las tardes, acompañada de una cortesana mucho más hermosa que ella, solía pasear la princesa por las tumbas del cementerio de Balti. En el silencio de las sepulturas nadie importunaba a Sha-Khatun. Hasta que un día su padre, de quien heredó la verruga que afeaba su pómulo derecho, la hizo llamar con premura; tenía planes de boda para ella. Se casaría con el Emir de Hunza, Ayesho II. (Hunza es el hermoso valle donde se encuentra Balti). Abdula Khan, que a su vez había heredado la verruga de su padre, era el progenitor de la susodicha princesa y, para que disminuyese el malhumor que repentinamente le entró a la princesa en cuanto conoció a su pretendiente, ordenó construir para ella un palacio.

El fuerte se erigió en la parte más alta de Balti, desde donde se podía controlar el arroyo que bajaba del Pico Ultar de más de 7000 metros y que nutría al río Hunza.
Allí existía desde el siglo XIII una torre que fue utilizada como parte del fuerte. La princesa, animada con la idea, dirigió a un grupo de artesanos en la construcción. Aunque se casó con quien su padre ordenó, se pasaba las tardes en la torre del fuerte contemplando a su auténtico amor: el Rakaposhi.

Mucho más tarde, hacia el año 1900, el fuerte se utilizó como palacio real dándole la apariencia actual. Pero pronto cayó en desuso, cuando su último habitante, Nazim Khan (Emir de Hunza en 1.892 por orden y decreto de los ngleses) prefirió vivir en un pisito algo más modesto y dejó que el vandalismo ocupara las estancias y los rincones del palacio de Balti.
La fundación Aga Khan, recibió en donación del último Emir de Hunza (Ghazanfar Ali) el fuerte con miras a su restauración. En 1.996 se inauguró con la presencia del propio Aga Khan y el presidente entonces de Pakistan Farooq Leghari.

Balti es conocida hoy en día como Karimabad. Y el fuerte sigue presidiendo la vida diaria de unas gentes tranquilas y muy educadas. Siempre que se
dirigen a ti lo hacen anteponiendo el Sir. Herencia inglesa que no le sientan bien a mis sucias botas. Yes Sir, Of course Sir, Thank you Sir. En fin, y parafraseando a Shakespeare: sIr o no sIr.

Los canales que recorren las altas montañas, un gran trabajo de canteros, surten de agua todo el año a Karimabad, permitiendo que crezcan en abundancia manzanas, melocotones, maíz o nueces. Los melocotones son secados de modo poco higiénico en los techos de cemento de las casas. Se nota que no conocen el secador solar de mi amigo Manolo y que podeis ver aquí

Los estudiantes acuden al colegio ataviados con uniforme completo: pantalones, camisa y corbata. Herencia también inglesa. Y las chicas con un shari generalmente blanco y que las cubre por completo. Aunque parece que han salido tarde de casa y aún llevan puesta encima la sábana de arriba. Será que no quieren que se les vea la verruga. Poco a poco los comercios van abriendo. Sin prisa. Lo cual no es herencia inglesa. En el pueblo hay dos zapateros y el día que fui a precisar de sus servicios tuve la mala suerte de que los dos habían pasado mala noche y estaban cerrados a cal y canto. La única panadería del pueblo no mide más de dos metros cuadrados y su horno se encuentra bajo tierra, por lo que los panaderos trabajan sentados. Debe ser costumbre local, pues el sastre también trabaja sentado en frente de una mesa muy tan bajita que parece no existir bajo tanta tela.

Al atardecer en Karimabad se agudizan dos sentidos: el olfato y el oído.
El primero por las humaredas de hachís que los turistas consumen con asiduidad y que crece fácilmente en las laderas del fuerte. Y el segundo por la llamada a la oración, al ser la religión musulmana (ya sea en su variante sunni o chiita) muy extendida en todo el país.
Como no practico ninguna de esas aficiones, tras tres noches de descanso, abandoné Balti en busca de mi princesa SIN verruga.

Desde la ruta, día 1.429, Paz y Bien, el biciclown.

viernes, 10 de octubre de 2008

Borracho de montañas (China- 10-10-2008)

La arrogancia china ha quedado al otro lado del Kunjerab pass, a más de 4.700 metros. La mañana que cambié de país intenté por todos los medios que me dejaran pedalear hasta la cima. Pero ya se sabe la respuesta de los chinos: NO.

Conseguí tras mucho llorar que al menos no me cobrasen otros diez euros por la bici. Solo veintitrés por un trayecto hermoso que no lo es tanto en coche. Al menos me negué a que otro oficial chino viniese en el coche.

El jefe de policía, ante mi actitud un tanto provocativa, no sabía si reír o bajarme del vehículo. Haciendo uso de toda su memoria se acordó de que en su infancia llegó a emitir un sonido parecido a la risa y lo reprodujo tan bien como pudo.

Nada más cruzar el paso de montaña me bajé del vehículo, armé la bici y entré a Pakistán pedaleando. Aunque esto no es muy cierto por dos motivos. Uno porque era bajada y no tenía que dar pedal, y el otro porque la frontera pakistaní estaba a casi noventa kilómetros y no llegaría hasta un día más tarde. Es decir, pasaría un día en tierra de nadie, sin sello en mi pasaporte, huido de los ordenadores que todo lo saben.

No podía desaprovechar esa oportunidad única de bajar por el Kunjerab pass en otoño. Los árboles ofrecen todos sus amarillos y ocres burlando la vigilancia del viento que pretende desnudarlos, y que corre como un Fórmula Uno por el cañón de roca y vértigo. El río Kunjerab me ofrece sus aguas más limpias para rellenar mis botellas y el cielo, tan perfecto que no cabe una nube, pone fin a la locura desmedida de unas montañas que no paran de crecer estrellándose contra el azul infinito. Estoy en uno de las rutas más hermosas del mundo en pleno otoño. Cuando los árboles llenan los mercados de nueces y los campesinos se recogen a las seis de la tarde para tomar té alrededor del fuego.

En un país con más de treinta y dos lenguas, la comunicación no puede ser más fluida cuando la sonrisa vuelve a ser lenguaje universal. ¿Será casualidad que una vez más vuelva a recibir tanta generosidad en un país musulmán?

Si hay mejor hotel en el mundo que el que tengo ahora quisiera verlo. Con un río de aguas purísimas dándome de beber, unos árboles de colores imposibles protegiéndome de lobos y leopardos de nieve que habitan estas latitudes, y unas montañas de nieve que no hacen más que relantizar mi marcha para poder contemplarlas con calma. Solo algunas caderas de mujer han conseguido ese efecto, pero de eso hace ya tanto?

Las mujeres han desaparecido de nuevo de las tiendas y de los restaurantes. Solo hay hombres. Ataviados con sus largas camisas y sus gorros de lana llamados Topi. Desde que lo vi me encantó. Da calor, es ligero y se guarda en un puño. Hoy he conseguido un local al que cambiarle un gorro que traía desde Kyrgigistan. Todos contentos.

He parado un poco en Karimabad cuyo fuerte preside las alturas y vigila que las montañas de más de siete mil metros no sigan creciendo. Debo parar unos días a recuperar el aliento ante tanta belleza.

Y al respecto recuerdo una estrofa de esa canción, llamada La Belleza del gran Aute:

Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar tu mirada

La Belleza abunda en la Karakorum High way: en sus altísimas montañas nevadas, en los valles en otoño y en la hospitalidad de sus habitantes.

Desde su corazón, día 1421, Paz y Bien, el biciclown.

lunes, 6 de octubre de 2008

Dejad que los chinos se alejen de mi (China, 06-10-2008)


Qué malos recuerdos. Cuando he llegado a Tashkourgan (la lejana frontera, pero frontera, entre Pakistán y China) han resucitado en mi memoria las imágenes de la noche que llegué a la frontera entre Irán y Turkmenistán.

Hoy, como aquél día, la bici se rompió. Aunque esta vez ha ocurrido de día y he podido repararlo fácilmente. Aunque hoy como aquel día he deambulado por las oscuras avenidas de la ciudad sin acertar a encontrar un lugar donde dormir. Aunque tras tres horas he conseguido una cama de un dormitorio en donde estoy escribiendo en el ordenador y recapitulando cómo han sido los excitantes días desde Kashgar hasta aquí. No he podido contarlo antes por Internet porque de haber durado mucho más mi conexión es posible que debiera continuar el viaje a pie. El Internet de Tashkourgan estaba oculto (sin un solo cartel que lo anunciara) en un asqueroso segundo piso de un cochambroso edificio. Le pedi al chico de la tienda de al lado que le echara un vistazo a la bici y, cuando he bajado a ver si estaba todo en orden, la tienda había cerrado y por supuesto el chico se había ido. Es normal en este país el absoluto desinterés por ayudar. Preguntar algo y no obtener respuesta es lo más normal. Ni en el África más negra encontré tanta desgana. Los chinos, al menos estos que he conocido, viven en su mundo y en absoluto les interesa el tuyo. Pero hay otros chinos. Los que hacen turismo por esta parte de la china, ataviados con sus potentes cámaras y sus obscenos objetivos. No les basta que les digas que NO, cuando pretenden hacerte una foto en medio de una subida de cuatro mil metros de altura. Además quieren una explicación. Y la desean en chino pues el inglés no lo practican.
Pero yo vengo de las montañas, donde el cielo es tan azul que las nubes se convierten en nieve para no dar la nota. Las altísimas cumbres nevadas relucen aun más sobre el fondo más azul que el mar, emergiendo del valle. Son ellas, las montañas, el único cultivo de la zona donde nada más puede germinar.
Los turistas, encerrados en sus jaulas de cuatro ruedas, contemplan esta maravilla a través de un cristal. Aunque muchos duermen. Afuera hace demasiado frío para bajar la ventanilla. Los más intrépidos tratan de tomar fotos desde el asiento sin despertar a su compañero que parece que no ha dormido en siete noches. Pero esas fotos son inútiles para recordar la inmensa belleza que aguarda detrás del sucio cristal del coche. Es como beber zumo de naranja recién exprimido con una paja rota.
Afortunadamente las montañas no mienten. Regalan su belleza sólo a quién dedica largo tiempo a observarlas (no basta con fotografiarlas). Son un tesoro aparentemente visible pero que permanece oculto a las lentes japonesas tan caras. El frío y la altitud son sus guardianes. Y el tiempo su inseparable aliado. Los turistas tienen frío, padecen mal de altura por haber subido tan rápido y carecen de tiempo pues deben ir a fotografiar otros paisajes.
El silencio retumba en las paredes de roca y nieve. No hay postes de electricidad, ni anuncios sobre móviles y no hay más música que el latir del corazón a cuatro mil metros de altura. Ni siquiera los aviones más potentes sobrevuelan estas cumbres.
Observarlas es un ejercicio de humildad, de resignación, de impotencia. Ni escalándolas se poseen jamás.
He cambiado de país y bastantes cosas han evolucionado. Los policías pakistaníes son una de ellas. En vez de proceder como sus colegas chinos que antes de darte los buenos días ya te han pedido el pasaporte, y en vez de decir a todo que NO (por norma), los oficiales pakistaníes, que cobran 120 dólares al mes te sonríen, no quieren ver tu foto en el pasaporte, te invitan a te y antes de que hayas preguntado si puedes dormir en el puesto fronterizo ya ellos te lo han ofrecido. Aunque lamentablemente los niños te piden Uanpen (un Boli), como ocurría en Marruecos. No son culpables. Los estúpidos turistas que durante años han pasado por aquí tirando bolis desde el coche tienen algo que ve.
Desde el valle de Hunza, sin bajar aún de los dos mil metros desde hace más de diez días, Paz y Bien, el biciclown.

viernes, 3 de octubre de 2008

Ovejas eléctricas (China, 03-10-2008)


A la entrada del gran mercado de animales la policía monta guardia. Cualquiera que pretenda acceder con ovejitas, vacas o dromedarios, debe pagar la tasa animal. Algunos se llevan recibo puesto y otros se llevan la mano al bolsillo en busca de una cantidad menor de la oficial que no requiera recibo. Hecha la ley hecha la trampa, y muchos vendedores se dedican a negociar doscientos metros antes del lugar acondicionado para tal fin.

Las negociaciones son duras y cada uno (vendedor y comprador) juegan su papel. Los compradores abren la boca del animal, le tocan el culo para ver la cantidad de grasa y, si es un toro, lo excitan para comprobar si va a ser suficiente amoroso. El vendedor alaba las cualidades del animal, el dinero gastado ese año en alimentarlo, las vacunas?, y espera que alguien cubra su oferta. A veces el corro es tan grande que los interesados se van a un lado y, al oído, como si se declarasen un amor muy antiguo, tratan de ajustar el precio. Por un dromedario piden casi mil dólares. Un poco caro para mi.

Fuera del mercado de animales, aunque es aún Ramadam, hay algunos puestos de comida, pero sobre todo herreros, zapateros, y chatarreros.
No lejos de allí, próximo a la ciudad vieja, se encuentra el Gran Bazar. Abierto todos los días pero que el domingo duplica sus puestos. A parte de ropa para la casa, para los niños, y todo lo inimaginable, abundan los puestos de frutos secos. Nueces del tamaño de manzanas y sobre todo dátiles, uvas pasas y almendras. Al foráneo acostumbran a pedirle tres veces el precio normal, pero con un poco de paciencia y un mucho de habilidad se consigue comprar al precio local.

Por las estrechas, pero asfaltadas, calles del mercado circulan también ladrones que tratan de aligerar peso del bolsillo del turista. También hay personas que pasean a enfermos para solicitar limosna o vendedores de remedios a base de serpiente. Un circo sin intermedio donde los artistas son locales y que los turistas tratan de llevarse en sus cámaras olvidándose de captarlo primero con el corazón.

El tráfico es caótico a las afueras del gran recinto, pero Kashgar es una ciudad moderna. Los semáforos tienen cuenta atrás, los supermercados parecen ciudades subterráneas con dependientes que reponen la mercancía al instante de ser retirada de la estantería. Abundan las motos eléctricas, que te adelantan sin el conveniente aviso del motor, y comparten carril con burros y muchas bicicletas también eléctricas. Tal vez un día, en el gran mercado dominical de animales de Kashgar, las ovejas, las vacas y los dromedarios funcionen también a pilas.

En el económico hotel donde me alojo estos días (tres euros la noche) me he encontrado con varios ciclistas. Alemanes, belgas, australianas, ingleses?, todos nos juntamos al anochecer y planeamos el ataque a la ciudad. El objetivo es buscar comida barata con la que saciar nuestro insaciable apetito. Durante el día ajustamos las bicis, lavamos la ropa y, la mayoría, acudimos a Internet con la esperanza de encontrar respuesta a nuestros mails de ayuda para esos repuestos que nunca serán suficientes pero que, sin ellos, el viaje nunca podría continuar. Espero conseguir los míos en Islamabad y poner fin a un año de dificultades.

Por otro lado, anticipo, que lanzaré la Tercera Edición de Kilómetros de Sonrisas (tal vez también el dvd agotado hace mucho) y publicaré el demandado Libro de Fotografías de África. Será allá por navidad, cuando la India destroce mi estómago con sus comidas picantes, y refuerce mi sonrisa con su hospitalidad.

Desde la ruta, día 1415, Paz y Bien, el biciclown.