viernes, 5 de diciembre de 2008

Un oasis en el caos (India, 05-12-2008)


Las vacas, asustadizas en otros países ante el contacto humano, en las calles de Rishikesh tienen preferencia de paso. No basta con un simple grito para que se quiten de tu camino y está mal visto golpearlas. Su conducta y movimiento las hacen más parecidas a un gato que a un bicho de más de doscientos kilos. Como han perdido el prado en el que pastaban van mordisqueando bolsas de galletas que el viento arremolina en su húmedo hocico.

Son vacas sagradas pero un tanto desubicadas. Los vendedores de frutas y verduras luchan sordamente con ellas que, al mínimo descuido, ya les han robado un par de zanahorias. Las vacas son demasiado grandes para entrar por la puerta de los baños públicos, así que van dejando sus recuerdos por las calles. Como no es época de lluvias sus excrementos son despegados del suelo por las ruedas de las motos que recorren las callejuelas y por los despistados turistas que van mirando a las nubes. Los monos son otro peligro. Uno de ellos le había puesto el ojo a mi bolsa de la compra con tanto descaro que parecía iba a llevársela en cualquier momento a por ella. Un vendedor local me defendió del asalto.
Rishikesh se encuentra a orillas del Ganges y en ambas orillas abundan los centros de meditación o Ashram y los lugares para practicar yoga. Los Beatles ya pasaron por aquí hace tiempo y aún lo siguen haciendo muchos extranjeros en busca de la paz perdida. La única preocupación de estos turistas sin billete de vuelta es la renovación de su visado indio. Muchos no dudan en volar a Nepal o incluso hasta a Bangkok para extender su sueño de buen karma en Rishikesh.
Llegar aquí ha sido una prueba dura para mis oídos. Los conductores indios son de lo más pesado que he visto. Cada coche, o moto, me toca la bocina dos o tres veces de media al pasarme. Si pensamos que cada minuto me pasan una media de siete vehículos, podeís sumar los bocinazos que recibo diariamente. De momento no es este el país hospitalario que tal vez lo fue un día. He recibido más intentos de asesinato en ruta por parte de estúpidos conductores que invitaciones a dormir, comer o tomar té. Las tres veces que he tenido que pedir asilo para dormir me fue negado. Mala estadística. Hasta en un templo sikh me falló una vez el buen karma. Suerte que pasaba por allí el sobrino de un antiguo Rey. Kammar Ram Kipral, de la familia Kutlehar, que vive solo desde hace treinta años a las afueras de Una. No contento con que durmiera en su casa en una cama, trajo otra de la habitación contigua, para que mi cama fuera doble. Tras acudir a la policía a dar parte de que yo estaba esa noche ahí (-por tu seguridad y la mía- me confesó) se preparó una cena de aupa?, sólo con un poquito de chile. No lo puede evitar. Le encanta. Le decepcioné cuando rechacé una copita de whisky pero enseguida volvió a sonreír. A la mañana siguiente me propuso ir hasta Dharamsala a visitar la exposición de un famoso pintor fallecido ahora. Pero mis horas estaban contadas para llegar a Rishikesh. Sin embargo antes de irme me reveló un gran secreto. Ha descubierto una fórmula de insecticida que elimina moscas y mosquitos. Cobra 4 euros por fumigar una habitación y, en su casa por lo menos, no había rastro de mosca ni mosquito. Podría ser un remedio estupendo para tratar la malaria. Si cada casa se fumigase una vez al año el mosquito no entraría. Parece dudoso creer que en la India, un humilde hombre que ama las flores y el chile verde, pueda haber hecho un descubrimiento tan increíble. Sin duda lo es. Me recordaba aquélla hermana en la selva de Gabón que decía haber inventado una fórmula para tratar el HIV. Era una de aquéllas misioneras brasileñas a las que desde el foro de esta web le hicisteis llegar los cuentagotas y algo de dinero.
En Rishikesh me levanto a las siete de la mañana. Me caliento un café y acudo a clase de yoga durante hora y media. La sala está al lado de mi habitación, la 36, y en ella practicaba yoga hasta poco antes de morir el fundador de este Ashram, con 104 años. En el Sri Ved Niketam Ashram por poco más de dos euros tengo derecho a mi celdita y a mis clases de yoga y de filosofía. Tras el yoga me preparo el desayuno, hago tareas de hogar como lavar mi ropa o la bici y voy a las clases de filosofía. Son impartidas desde hace más de quince años por Swami Darmananda. En la habitación, rodeada de pequeñas cuevas de meditación, Darmananda va explicando el Bhagavad Gita uno de los textos sagrados del Hinduismo. Es asombroso como este hombre de ojos brillantes y barba hirsuta, de afilados dedos y gestos de Lord inglés, puede mantener la atención de los asistentes durante casi dos horas. Habla con un inglés elegante encontrando siempre un lugar para colar una historia divertida o una broma que hace que la audiencia rompa a reír. Envuelto en una manta naranja va señalando aspectos de la vida interesantes como aprender a vivir con el dolor, la necesidad de que la tecnología y la espiritualidad vayan unidas, la imperiosa necesidad de que las religiones adecuen sus doctrinas a los tiempos que corren? Darmananda no cobra por lo que hace. Es su servicio a la humanidad. Consciente de que sus compatriotas viven de espalda a la religión, aunque pongan muchas velitas en el Ganges, Darmananda enseña sobre todo a los extranjeros que quieren escucharles pues es sabedor de que los Indios piensa que lo que hacen, dicen y consumen los extranjeros es bueno. Y así un día ellos se acercarán de nuevo a una vida más espiritual. Las enseñanzas de Darmananda han retenido a más de un extranjero aquí, cautivo de sus palabras, hechizado por sus gestos económicos. Darmananda no pretende convencer a nadie de nada. Sólo aporta algo de luz a quién la necesita y un poco de música a quién no encuentra la partitura.
La última clase a la que he asistido la ha comenzado diciendo: Cada uno es dueño de su destino.
Reveladora verdad por más que nos empeñemos en pisotearla con la rutina de cada día, tratando de domesticarla como si fuera una vaca. Un destino que ahora me ha traído a Rishikesh un lugar en el que la tentación es arrojar el pasaporte al río sagrado.
Desde las orillas del Ganges, rumbo a Nepal, Paz y Bien, álvaro el biciclown.