miércoles, 17 de septiembre de 2008

Luna llena para una vida normal (Kyrgigistan)


No ha habido piedra, en la ruta desde Naryn hasta Jalal-Abad, que no hayan pisado mis neumáticos, que no me haya zarandeado en mi sillín, que no me haya hecho apretar los dientes y aferrarme con fuerza al manillar de mi querida Kogadonga. Que por cierto se ha comportado como una reina. Solo un pinchazo, como no, provocado por una botella rota. Los kyrguisas no saben ir al campo a tomar vodka y volver a casa con el envase. No. Lo tienen que tirar al suelo.

¿Y si el gobierno de este país cobrase una tasa de 2 som ( un euro 50 som) por cada envase? A lo mejor de esa forma la gente regresaría a casa con la botella. Y con el dinero obtenido el gobierno podría, por ejemplo, mejorar las carreteras o limpiarlas al menos de botellas de vodka y cerveza. Pero no es posible. Este gobierno carece de esa imaginación. Antes bien se dedica a machacar al turista con precios que provocan la huida. Para visitar un bonito parque de montaña, con su río y sus botellas, me pedían 200 soms. A mi acompañante local solamente 6.
Mi camino avanzaba hacia el sur, hacia la frontera con China que no iba a cruzar. El Torugat pass. Pues mi intención era otra. Era solamente visitar un caravanserai construido en piedra hace más de cinco siglos y que aún sigue en pie, desafiando a los historiadores que no logran encontrar una explicación de cómo, a más de tres mil metros de altura, el ser humano ha hecho una construcción tan perfecta solo destinada a acoger al viajero que, como Marco Polo, subía hasta estas nevadas cumbres para cruzar hacia China.
Ahora hasta Tash Rabat suben algunos turistas en coche para pasar alguna noche en las yurtas. Zoia y Yuri viven aquí arriba cinco meses, de Mayo a Septiembre. Cuidan del campamento, preparan comidas, y hasta una sauna. Me invitaron a pasar con ellos una noche. Cuando Yuri me dijo que me preparara para ir a la sauna pensé que bromeaba. Afuera había cero grados y comenzaba a llover o a nevar. Pero era cierto. Tanto como que después de la sauna me invitó a meterme en el río. La luna, que poco a poco iba engordando, ya aparecía por algunos peñascos y no invitaba al baño. Pero tras el calor de la sauna resultó refrescante. Y de nuevo vuelta a la sauna. Luego calentar la yurta con boñiga de yak y a dormir.
Fue la única noche en yurta desde que abandoné Naryn. El resto las he pasado en mi tienda: un palacio para mi. Observando como la luna iba creciendo y creciendo. Durmiendo casi todos los días a más de dos mil quinientos metros de altura y superando valles desiertos. En un día contabilicé dos coches.
Un error de presupuesto me ha hecho pasar los últimos días con un euro para comida. Ayer mismo me había quedado ya sin nada que echarle al arroz. El vecino apareció con unas nueces y unas patatas que sirvieron de complemento ideal. Durante muchos días mi único alimento era yogur que los pastores, generalmente mujeres, nunca me han negado.
Tengo ganas de abandonar este pais, para que nos vamos a engañar. He sido bien tratado pero también muchas veces humillado por conductores que no saben lo que es empujar una bici a más de tres mil metros de altura con fuerte viento en contra y asqueado de ver como ensucian su propio país. La mayoría de ellos se dicen musulmanes, yo les digo musulvodka, y no dudan en despertarte si te ven durmiendo bajo un árbol para tan sólo preguntarte de donde vienes. Sin embargo es el país donde he visto más ciclistas. Ahora viajo en compañía de un inglés que, con unos insultantes 22 años, se ha lanzado a recorrer el mundo por un tiempecito. Según él luego volverá a la civilización, se casará y tendrá hijos.
¿Y tú - me pregunta- cuando vas a llevar una vida normal?
Para mi esto es una vida normal. Creo que es más difícil casarse y tener hijos que dar la vuelta al mundo en bici- le respondo.
Math se ríe sin entenderme, pues aún le faltan unos años para descubrirlo por si mismo.
Desde Jalal Abad, día 1.400 menos uno, Paz y Bien, el biciclown.