sábado, 20 de diciembre de 2008

Y va el de arriba y me envía por partida doble (Nepal, 20-12-2008)


Namaste, que significa hola por estos parajes, aunque yo suelo decir: No Más Te, coffee please. Porque me estoy ahogando de tanto te con leche. El café no está tan extendido como el te por estos pagos. Aunque está muy rico con la especias que le meten

Pero entrando de lleno en el tema de hoy he de decir que en innumerables ocasiones que los ciclistas (hombres) nos encontramos en el camino solemos comentar nuestros sueños. El de dar la vuelta al mundo en bici (o la vuelta a algún continente) no lo mencionamos pues desde que lo hemos comenzado a realizar es tan nuestro como la luna llena que los amantes se regalan de madrugada. Pero, ¿cómo podría ser ese sueño más perfecto? Nos miramos y sonreímos cómplices de la misma idea. Se trataría de encontrar otro ciclista (mujer) pedaleando EN TU MISMA DIRECCIÓN. Y de tanto bromear sobre ello y de tanto pedirlo en mis madrugadas de luna llena sin más sombra que mi sombra, va el de arriba y me presenta dos rubias de ojos azules tomando un té al borde de la ruta con las bicicletas recostadas y apuntando en la dirección que yo llevo. Harto ya de que me ocurra lo que a Cenicienta a las doce de la noche, antes de acercarme a su mesa, les pregunto con mi dedo índice sobre cuál es su dirección y? BINGO. Vamos todos a Katmandú.
Que alegría, que alboroto, otro perrito piloto !!! solían decir en la tómbola de San Fermín (Pamplona) cuando alguien ganaba un premio. Su viaje es un parto. Tan sólo nueve meses, el tiempo que pueden alquilar su casa de alquiler en Holanda sin que el Gobiernos les moleste con impuestos. Han abandonado sus empleos de profesoras en la escuela de primaria y se han lanzado en bici para salvar la distancia entre el sur de la India y Singapur en nueve hermosos meses. Aunque lo tienen tremendamente difícil para pasar de Nepal a Tibet pues el Gobierno chino no da visas ni permisos, esperan lograrlo. Y si la fe no mueve montañas al menos derrite la nieve de la cima, digo yo. Nunca antes habían hecho un viaje en bici pero en África, donde estuvieron de viaje unos meses, les entró la curiosidad. En parte porque se hartaron de esperar autobuses y de ir sentadas en ellos contemplando el mundo desde la ventanilla sin poder olerlo, tocarlo ni escucharlo. Viajar en bici es mejor que tener en casa un equipo de video y sonido de última generación. La realidad es la realidad y el resto son meros cuentos para niños. Pero es que además conocieron entonces un chico, español-vasco, que viajaba en bici por el mundo y les endulzó sus oídos?, y ese chico es Lorenzo, mi amigo Lorenzo a quién yo encontré en Mozambique y ellas en Malawi (EL MISMO AÑO). Y ahora me encuentro yo con Su y Sha (divertidos nombres) años más tarde en Nepal.
Si hacía días compartía ruta con mis amigos Daisuke y Salva (moriros de envidia con esta crónica, jejejeje) ahora lo hago con dos mujeres de holanda, dos tulipanes que hacen que no sienta las piernas. Mi presencia espanta un poco a los hombres locales que antes se acercaban a ellas con un único propósito. Sobre todo en la India. Durante más de veinte kilómetros llevaban pegado a su rueda un motorista que no hacía más que emitir estúpidas risas y que trataba de tocarlas. Sin embargo esas vejaciones de una sociedad tan religiosa y tan podrida en muchos aspectos a la vez no minaba sus ganas de comerse el mundo desde la bici. Ahora que la han probado aseguran que han ganado en libertad.
La primera jornada llegamos a Lumbini, un lugar tan sagrado para los budistas como lo puede ser el portal de Belem para los cristianos o la Meca para los musulmanes. Parece probado que en el año 563 A.C. un tal Gautama Siddharta (luego conocido como Buddha), nació aquí. Hijo de Suddhodana y de la princesa Maya Devi, tenía una vida de esas que se dicen resueltas. Tras vivir veintinueve años en palacio salió por primera vez al mundo exterior y se encontró con una realidad muy diferente de la que él estaba acostumbrado. Algo parecido a cuando ves un documental del National Geographic en tu super tele plana y luego viajas al lugar de los hechos y los ves por ti mismo. Pues bien Buddha, tras el choque con la realidad exterior, se tiró cuarenta y nueve años meditando hasta llegar a la conclusión de que el sufrimiento de este mundo es provocado por nuestros deseos (de tener y de ser) y que apagando esos deseos el mundo estaría en Paz. Han pasado muchos años desde que Buddha se iluminó con esos pensamientos y a la vista está de que poseer bienes materiales es sin embargo el objetivo de la mayoría de los mortales. Yo me contentaba sólo con una holandesa, pero el de arriba, generoso o con mala leche, me ha provisto de dos.
Lumbini es un lugar de silencio, roto por los pájaros que saltan felices de bandera tibetana en bandera tibetana, por el repetitivo tambor de un monje que recita su mantra en un templo budista del que antiguos olores se cuelan por cada columna y se deslizan en un mágico avance por el suelo de mármol desgastado por miles de pisadas. Los peregrinos de todos los países caminan, descalzos, en respetuoso comportamiento encendiendo velas de mantequilla bajo el árbol del que la madre de Buddha se sostuvo antes de caer rendida y dar a luz a su hijo. Muchas pagodas se han erigido en estos campos de luz infinita y silencio exportable a la India.
Mis dos tulipanes se quedan unos días más de descanso en Tanza, un lugar alejado de la ruta desde el que se observan ya las primeras estribaciones del Himalaya vestido de blanco para la ocasión. Yo debo correr, volar casi, para llegar a tiempo a la gran cita de este mes. Mi gran amigo Roberto vuela también este viernes de Bilbao a Katmandú (por etapas y aeropuertos múltiples) para verme DIEZ DÍAS. Con ilusión voy a ese encuentro que significa tanto para mí. Un amigo de hace más de veinte años vuelve a dedicarme unos días de sus cortas vacaciones para regalarme su presencia a gastos pagados por él mismo y poder así mantener la amistad fresca como un tulipán. La amistad es uno de los mayores regalos que uno puede dejar en esta vida. Y, esta vez, cambio con gusto mis dos frescos tulipanes por el cardo borriquero de Roberto Carnicero.
Desde Katmandú, a escasas horas de abrazar al Gran Portu, paz y bien, día 1.493 el biciclown.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Sensualidad en la pedalada (Nepal, 11-12-2008)


Cuando pedaleo estos días escucho las ramas de los árboles sacudidas por el viento del Sudeste. A mi izquierda se alza la gran cadena montañosa del Himalaya y, por el fértil y alargado valle que recorro, las construcciones de adobe se alternan casi sin dar tregua a los campos de cultivo.

Al principio pensé que era un espejismo, una visión deformada producto de las miles de horas encima del sillín, pero tras confrontarlo con otros ciclistas (locales) he confirmado mis sospechas: a diario hay más bicis en la ruta que vehículos a motor. Incluso estoy viendo gente caminar kilómetros y kilómetros, bajo el omnipresente sol de diciembre. Los pocos camiones que me cruzo ya no aburren con su estúpido claxon sino que se apartan con delicadeza del rumbo, lento pero ecológico, de la bicicleta. Y lo que es más increíble aún es que muchas de esas ciclistas son mujeres.

Una mujer pedaleando es una de las imágenes más sensuales y provocativas que se pueden evocar. Pero cuando esa mujer lleva un colorido shari, un pendiente (o dos en la nariz), te traspasa con sus ojos negros y profundos como nuestras miserias, sus carnosos labios te apuntan y descubren una boca perfectamente blanca, más aún que las nieves del Himalaya, tu bicicleta se agita nerviosa como un potrillo corriendo por la inacabable meseta.

Esa visión es la que diariamente contemplan mis ojos. Me voy a la cama cada noche, cansado, pero deseando que amanezca para volver a cruzar mis miradas con esas mujeres nepalíes, de pieles oscuras como las africanas, de pedalada suave como la tela del shari.

Cuando la nepalí pedalea, con su trenza rozando el sillín, se me mueve la carretera, el Himalaya parece sacudirse como por un terremoto y mi sonrisa crece como los kilómetros en mi contador. Su cadencia es ligera, suave como la nana que se cana a los niños al dormir, y parece que la carretera es la que va quedando atrás, rendida ante tanta belleza. No hay esfuerzo en su movimiento de piernas sino puro baile. El sol de la tarde dora aún más si cabe su piel y realza sus blancos y alineados dientes. Uno desearía morir en ese instante en que la nepalí te mira y te sonríe. Cada una diferente, cada una de su padre y de su madre, y todas atractivas.

Me encuentro en Nepal, un país que me recuerda mucho a África. Por lo supra mencionado de las mujeres, pero también por los diarios cortes de luz, por ver a las mamas cargadas como mulas acarreando leña, por observar de nuevo a niños trabajando, por ver a gente caminando con los zapatos en la mano, por contabilizar menos comercios en las aldeas y por la escasez de hoteles. Hay días que tengo que rodar más de cien kilómetros para poder llegar al único hotel del único pueblo que lo tiene. Allí, entregado como el toro tras la faena de muleta, no puedo negociar el precio. Tan sólo asentir. Afortunadamente no supera generalmente los dos euros. Me encuentro sin embargo con dificultades económicas. No se qué ley del gobierno prohíbe a los locales la posesión de moneda extranjera y tan sólo se puede cambiar en algún banco oficial. El primero lo encontraré tras seis días en el país, por lo que sobrevivo ahora con una media de dos euros y medio por día. La comida es barata y por 0,60 céntimos de dólar puedes comer el plato de la foto y repetir las veces que quieras. Lástima que no se pueda repetir de ciclista nepalí. De momento ni siquiera probar, sniff. Me siento como visitante de una fabulosa exposición pictórica: ver pero no tocar.

Desde Nepal (para la sensualidad Letal), Paz y Bien, álvaro el biciclown.

martes, 9 de diciembre de 2008

India: prueba superada (India,09-12-2008)


Vishnu, una de las encarnaciones de Brahaman el Dios sin forma de los Hindúes, dejó caer una gota de néctar y puso su huella. Algo así como la calle de las estrellas en Estados Unidos.

Pero eso ha convertido a Haridwar en una de las siete ciudades santas del hinduismo. Lo que provoca cada día riadas de cientos de peregrinos que dejan dinero en los templos y hacen donaciones a los gurus. Cada doce años hay un gran festival llamado Khumba Mela al que acuden millones de seres humanos. Tendrá lugar en el dos mil diez en Haridwar. Por la tarde, al oscurecer, los creyentes y los curiosos se congregan cerca de Har-ki-Pairi (la huella de Dios) para aistir al Ganga aarti: una ceremonia de bendición en el Ganges. Unos hombres vestidos de azul te persiguen para que colabores con la tasa de mantenimiento y con la tasa de donación. Son capaces de darte un recibo en el acto. Tremenda eficacia recaudatoria. Las campanas redoblan, y las antorchas se encienden al unísono. Los más fervorosos depositan en el río una cesta de hojas de plátano que contiene flores y una pequeña llama. En ella dejan también sus plegarias que se hundirán en los próximos cien metros con un poco de suerte. Logicamente también están los que se bañan, un poco por creencia y un poco por exhibicionismo. Y como no los que beben unas aguas que, en el mejor de los casos, contienen tifus. Río arriba las vacas también se bañan y juegan en el Río sagrado. Terminada la ceremonia el auténtico ruido se hace dueño de nuevo de las calles: la bocina.
India vive inmersa en una terrible polución. Las bolsas de plástico son quemadas a diario lanzando su contaminante humo a los cielos (tal vez sea una nueva forma de invocar el fervor divino). El nivel de ruido rompería cualquier medición y, en ese constante stress, los indios llevan a cabo su vida religiosa. Increíble contraste.
Hoy me han levantado a las tres y media de la mañana. La ciudad en la que me tocaba encontrar alojamiento no era de lo más amable. Tras un recorrido de diez minutos por el centro no pude dar con ningún hotel. Nadie consiguió ayudarme tampoco. Todo eran risitas y estúpidos Hello. Recurri una vez más a la Gurdwara: el templo Sikh. Es esta una de las religiones más coquetas que conozco. Los hombres pasan cada día casi media hora delante del espejo ajustándose el turbante. Y también es una de las religiones más madrugadoras. Me dieron sitio para dormir, en un cuarto infestado de mosquitos, pero ya me advirtieron que a las tres y media de la mañana habría cánticos. No hacía falta que me invitaran a participar. Los amplifican con megáfonos por todo el templo y, por si me hubiera dormido, encendieron la luz del cuarto. Gentil manera de hacer que uno siga siendo alérgico a las religiones. Sobre todo a las que dan más importancia al ritual que al descanso. Así que, tras un vasito de té para desayunar, me encontré en la calle con la amanecida.
Ultimamente me echan a patadas de los sitios. La penúltima de un parque natural. Una reserva de tigres por la que, mala pata, cruzaba la carretera. Los oficiales forestales con los que pasé la noche en una casucha no fueron capaces de advertirme que mi camino se toparía con la entrada de la reserva y que me era imposible cruzarla en bici. Una muestra más de la clase de ayuda que te puedes encontrar en la India. De bruces con la barrera el funcionario esbozó un NONONONO, antes que la sonrisa. Y eso marca a un payaso. Tras discutir un rato, sobre todo al ver a los locales cruzar en bici, me obligaron a tomar el autobús de las dos. Cuando pasó a las tres sabía que no tenía otra opción. No eran más que veinticinco kilómetros pero no hubo manera de convencerles que me dejaran pedalearlos. Los locales, decían, se quedaban en la villa situada a solo dos kilómetros. Durante el trayecto en el techo del autobús golpeado por las ramas de los árboles, solo pude ver unos ciervos. Ni más grandes ni más bonitos que los que me habían salido al paso horas antes cuando pude pedalear por la reserva. En cuanto salimos de la zona de peligro me bajé y seguí pedaleando. Pensé que ya no habría más animales. Un ruido, como si un elefante moviera tres árboles a la vez, me sorprendió. Y, efectivamente, era un elefante. Él pareció asustado también de ver un ciclista tan cargado a esas horas de la tarde y entró en la selva. Dejé la bici y traté de seguirle. Parecía imposible que con semejante cuerpo hubiera podido pasar por lo frondoso del follaje sin derribar más que un par de árboles. Se detuvo y me miró. Aunque tenía la cámara en la mano, ambas eran puro temblor. Me di la vuelta y regresé a la bici con la intención de salir cuanto antes de la reserva.
Hoy he salido de la India y he entrado a Nepal. Algo he echado en falta al cruzar la frontera. Por cierto una de las más tranquilas, con la gente atravesándola a pie cargada de bultos. Pues entre Indios y Nepalíes no hay exigencia de control de pasaporte. Faltaba el ruido de la India. Posiblemente porque hay un nivel económico menor aquí en Nepal, la gente no se desplaza en motos ni en coches, sino en bici. Chicas, jóvenes, rickshaws, familias y niños van de un lado para otro en bici. Juro que el ambiente es mucho más tranquilo que en la India, que las sonrisas abundan, que las mujeres son más hermosas y que he vuelto a hablar. El terrible ruido de la India me había provocado un efecto de silencio interior. Me defendía de tanto bocinazo con un retiro de silencio. Ahora lo he roto pues el clima afuera no es tan hostil.
Atrás queda el ruidoso gigante Indio, al que he de volver cuando salga de Nepal a finales de enero, aunque de momento la primera prueba la he superado sin rotura de tímpanos.
Desde Nepal, Paz y Bien, álvaro neil el biciclown.

P.D. He visto ya las primeras pruebas del libro de fotografías, Diario fotográfico de un payaso en África, y el rojo se va a llevar esta Navidad.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Un oasis en el caos (India, 05-12-2008)


Las vacas, asustadizas en otros países ante el contacto humano, en las calles de Rishikesh tienen preferencia de paso. No basta con un simple grito para que se quiten de tu camino y está mal visto golpearlas. Su conducta y movimiento las hacen más parecidas a un gato que a un bicho de más de doscientos kilos. Como han perdido el prado en el que pastaban van mordisqueando bolsas de galletas que el viento arremolina en su húmedo hocico.

Son vacas sagradas pero un tanto desubicadas. Los vendedores de frutas y verduras luchan sordamente con ellas que, al mínimo descuido, ya les han robado un par de zanahorias. Las vacas son demasiado grandes para entrar por la puerta de los baños públicos, así que van dejando sus recuerdos por las calles. Como no es época de lluvias sus excrementos son despegados del suelo por las ruedas de las motos que recorren las callejuelas y por los despistados turistas que van mirando a las nubes. Los monos son otro peligro. Uno de ellos le había puesto el ojo a mi bolsa de la compra con tanto descaro que parecía iba a llevársela en cualquier momento a por ella. Un vendedor local me defendió del asalto.
Rishikesh se encuentra a orillas del Ganges y en ambas orillas abundan los centros de meditación o Ashram y los lugares para practicar yoga. Los Beatles ya pasaron por aquí hace tiempo y aún lo siguen haciendo muchos extranjeros en busca de la paz perdida. La única preocupación de estos turistas sin billete de vuelta es la renovación de su visado indio. Muchos no dudan en volar a Nepal o incluso hasta a Bangkok para extender su sueño de buen karma en Rishikesh.
Llegar aquí ha sido una prueba dura para mis oídos. Los conductores indios son de lo más pesado que he visto. Cada coche, o moto, me toca la bocina dos o tres veces de media al pasarme. Si pensamos que cada minuto me pasan una media de siete vehículos, podeís sumar los bocinazos que recibo diariamente. De momento no es este el país hospitalario que tal vez lo fue un día. He recibido más intentos de asesinato en ruta por parte de estúpidos conductores que invitaciones a dormir, comer o tomar té. Las tres veces que he tenido que pedir asilo para dormir me fue negado. Mala estadística. Hasta en un templo sikh me falló una vez el buen karma. Suerte que pasaba por allí el sobrino de un antiguo Rey. Kammar Ram Kipral, de la familia Kutlehar, que vive solo desde hace treinta años a las afueras de Una. No contento con que durmiera en su casa en una cama, trajo otra de la habitación contigua, para que mi cama fuera doble. Tras acudir a la policía a dar parte de que yo estaba esa noche ahí (-por tu seguridad y la mía- me confesó) se preparó una cena de aupa?, sólo con un poquito de chile. No lo puede evitar. Le encanta. Le decepcioné cuando rechacé una copita de whisky pero enseguida volvió a sonreír. A la mañana siguiente me propuso ir hasta Dharamsala a visitar la exposición de un famoso pintor fallecido ahora. Pero mis horas estaban contadas para llegar a Rishikesh. Sin embargo antes de irme me reveló un gran secreto. Ha descubierto una fórmula de insecticida que elimina moscas y mosquitos. Cobra 4 euros por fumigar una habitación y, en su casa por lo menos, no había rastro de mosca ni mosquito. Podría ser un remedio estupendo para tratar la malaria. Si cada casa se fumigase una vez al año el mosquito no entraría. Parece dudoso creer que en la India, un humilde hombre que ama las flores y el chile verde, pueda haber hecho un descubrimiento tan increíble. Sin duda lo es. Me recordaba aquélla hermana en la selva de Gabón que decía haber inventado una fórmula para tratar el HIV. Era una de aquéllas misioneras brasileñas a las que desde el foro de esta web le hicisteis llegar los cuentagotas y algo de dinero.
En Rishikesh me levanto a las siete de la mañana. Me caliento un café y acudo a clase de yoga durante hora y media. La sala está al lado de mi habitación, la 36, y en ella practicaba yoga hasta poco antes de morir el fundador de este Ashram, con 104 años. En el Sri Ved Niketam Ashram por poco más de dos euros tengo derecho a mi celdita y a mis clases de yoga y de filosofía. Tras el yoga me preparo el desayuno, hago tareas de hogar como lavar mi ropa o la bici y voy a las clases de filosofía. Son impartidas desde hace más de quince años por Swami Darmananda. En la habitación, rodeada de pequeñas cuevas de meditación, Darmananda va explicando el Bhagavad Gita uno de los textos sagrados del Hinduismo. Es asombroso como este hombre de ojos brillantes y barba hirsuta, de afilados dedos y gestos de Lord inglés, puede mantener la atención de los asistentes durante casi dos horas. Habla con un inglés elegante encontrando siempre un lugar para colar una historia divertida o una broma que hace que la audiencia rompa a reír. Envuelto en una manta naranja va señalando aspectos de la vida interesantes como aprender a vivir con el dolor, la necesidad de que la tecnología y la espiritualidad vayan unidas, la imperiosa necesidad de que las religiones adecuen sus doctrinas a los tiempos que corren? Darmananda no cobra por lo que hace. Es su servicio a la humanidad. Consciente de que sus compatriotas viven de espalda a la religión, aunque pongan muchas velitas en el Ganges, Darmananda enseña sobre todo a los extranjeros que quieren escucharles pues es sabedor de que los Indios piensa que lo que hacen, dicen y consumen los extranjeros es bueno. Y así un día ellos se acercarán de nuevo a una vida más espiritual. Las enseñanzas de Darmananda han retenido a más de un extranjero aquí, cautivo de sus palabras, hechizado por sus gestos económicos. Darmananda no pretende convencer a nadie de nada. Sólo aporta algo de luz a quién la necesita y un poco de música a quién no encuentra la partitura.
La última clase a la que he asistido la ha comenzado diciendo: Cada uno es dueño de su destino.
Reveladora verdad por más que nos empeñemos en pisotearla con la rutina de cada día, tratando de domesticarla como si fuera una vaca. Un destino que ahora me ha traído a Rishikesh un lugar en el que la tentación es arrojar el pasaporte al río sagrado.
Desde las orillas del Ganges, rumbo a Nepal, Paz y Bien, álvaro el biciclown.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Triunvirato en habitación doble (India, 01-12-208)


Juntos sumamos más de 250 países visitados y casi 20 años en el sillín. A ninguno nos preocupan, nos motivan, ni nos interesan los récords. Doy estas cifras solamente por ambientar un poco la historia.

Salva es un granadino de treinta y casi siete que ni tiene web, ni blog, ni perro que le ladre. Daisuke es un osakino (ver nota al final) de treinta y ocho, además de web, www.daisukebike.be, pero tampoco se mata mucho en actualizarla. Prefiere sentarse en la calle y, camuflando sus ojos en exceso bajo el ala del sombrero, ver pasar la gente. Yo soy el que dedica más horas delante de la computadora. También el que lleva la bici más pesada. En las subidas se me escapan los dos. Aunque en las bajadas, por eso del peso extra, les rebaso. Hemos pedaleado casi dos semanas juntos y parece que ha pasado un mes. No es que nos cansemos unos de otros, sino que pronto nos hemos acostumbrado al ritmo de los demás. No hacíamos muchos planes. Nadie sabía dónde íbamos a comer ni a dormir. Tampoco cuando pararíamos a descansar. Por la mañana el sol se colaba por las ventanas sin cortinas y nos poníamos en marcha. En ocasiones hemos disfrutado de la hospitalidad de los templos Sikhs aunque pronto nos cansamos. A nuestro dormir no le caía en gracia eso de escucharles cantar (mal por cierto) a las cuatro de la mañana. Y eso que antes nos quejábamos de los musulmanes. Tras un par de impertinentes madrugones empezábamos a frecuentar hoteles que no quebrantasen nuestra economía franciscana, es decir, que no superasen el euro y medio por cabeza. Por esa ganga solo conseguíamos una habitación con cama doble. Uno tenía que dormir en el suelo, como el perro del hortelano. Pero nunca hubo problemas para eso. Siendo tres, las decisiones eran muy fáciles de tomar. Cada uno daba su opinión y la que tenía dos votos ganaba. Tal vez si los matrimonios fueran de tres en vez de dos no habría tantos problemas.
Juntos saboreamos la primera cerveza en mucho tiempo. Godfather, y nos reímos de lo mala que está y lo poco que nos importa. En esta parte de la India las comidas no son tan picantes como en Pakistán, siempre que no sea Daisuke el que opine, pues a él todo le parece bien. Hasta las medicinas que le he dado para curarle de un catarro que arrastra desde Islamabad le parecen muy buenas. Salva trata de enseñarle un poco de humor del sur de España y, aunque el japonés no pilla una, le pone muy buena voluntad. Cuando Salva le cuenta un chiste, que generalmente no entiende, Daisuke siempre se ríe de manera forzada lo que termina provocándonos una risa natural.
Y asi entre risas forzadas y naturales, habitaciones dobles reconvertidas en triples y comidas poco picantes (sólo green chile, dijo un día un inocente camarero) hemos llegado a la residencia del Dalai Lama. Con él se han venido cientos de monjes y una cultura compasiva: la budista. Las túnicas granates y naranjas dan colorido al paisaje de montaña del norte de la India donde el líder tibetano ha encontrado exilio tras ser expulsado de su propio país. Todos soñamos con encontrarnos con él en una audiencia aunque sabemos que es casi imposible. Una voluntaria de Oregón, Lois Beran, que da clases de inglés a los tibetanos expulsados de su país ha sido el mejor encuentro que podíamos tener. Ocurrió por casualidad, en un pequeño bar de la central y sonriente calle de Mac Leod, en el que por cuestiones de espacio compartimos mesa y por cuestión de educación conversación. Lois no podía creer que yo era la persona que ella había visto ayer por la noche en las noticias de la CNN. Mientras ella trataba de cerrar la boca por la astronómica coincidencia, le ofrecí dar una sesión de magia cómica a los alumnos de la tarde de su curso. Eran tibetanos que habían sido prisioneros políticos y que habían acompañado al Dalai Lama en su peregrinaje forzoso. La actuación fue emocionante. Ni ellos sabían lo que iban a ver ni yo sabía ante quien iba a actuar, en qué límites debía moverme y hasta donde me dejarían llegar con mi humor. Con mucho respeto y con el cuidado con el que se secaría una flor del rocío matutino, fui dejando que la risa, ese lenguaje universal, fuera un el único sonido que se escuchara al atardecer en Mac Leod.
Lois nos invitó a cenar esa noche en un restaurante japonés (a Daisuke también eso le pareció bien) y los tres (sin Lois) nos retiramos a nuestra cama. Al día siguiente se desharía el triunvirato. Salva se quedaría una temporada a recaudo de una canadiense que le daría lo que ni el japo ni yo pudimos ofrecerle, Daisuke partiría a Nueva Delhi para visitar a Ghandi que le esperaba en posición horizontal y yo rumbo a Katamandú a la cita anual con mi amigo Roberto. Si nos vamos a ver de nuevo es una cuestión que ninguno sabe. Ahí está la gracia de esta vida nómada en la que no sólo la Tierra gira sino que nosotros lo hacemos con ella en una armonía que tiene mucho más sentido que un mero viaje vacacional. Aunque no nos encontremos en muchos años siempre nos tendremos presentes unos a otros.
Día 1473, Paz y Bien, el biciclown.

NOTA. Acepciones del término Osakino: 1-Dícese de los que no son de aquí.
2- Dícese de los naturales de Osaka (Japón).

viernes, 21 de noviembre de 2008

La hospitalidad de oro (India, 21-11-2008)


Las motos se echan encima y los coches se incorporan sin mirar. No hay respeto por el ciclista sino la ley del más fuerte La contaminación es tan alta que obliga a pedalear con un pañuelo para proteger la boca y la nariz, aunque hace mucho calor. La salida de Lahore ha llevado un par de horas y un par de broncas con los descerebrados conductores. Pero por fin llegamos a la frontera de Pakistán.

El show aún no ha comenzado y los policías que luego montarán el numerito con sus trajes de gala y sus tocados de pavo real, están relajados en sus uniformes de campaña. El show se celebra cada día con motivo de la arriada de la bandera y del cierre de la verja. Durante media hora los policías más altos y fornidos de Pakistán y la India montan una coreografía digna de una película de Bollywood. Con paso marcial y gritos de provocación al vecino, al estilo de los maories antes de empezar el partido de rugby. Cientos de personas viajan cada día en autobuses y rickshaws a la frontera para animar a su país. Infantil representación marcial que comenzó hace más de cuarenta años y que parece más una obra para niños que una actuación de hombres padres de familia.
Pero a la hora en que cruzamos la frontera aún no ha empezado el show. Los policías de ambos lados, especialmente los indios, son muy simpáticos aunque no nos traen la cerveza que nos habían prometido. Con el sol escondiéndose entramos en la bulliciosa Amritsar fundada en 1.577 por el cuarto guru de los Sikh. Alli se levanta un templo de oro sobre un estanque rodeado de una impresionante construcción del tamaño de El Escorial. En el templo hay dormitorios gratuitos para los viajeros, aunque sean ciclistas y no sepan nada de los Sikhs, y comida desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. Solo hay dos condiciones. Debes cubrirte la cabeza para andar por el templo y debes dejar los zapatos en la habitación. Cada poco el suelo es limpiado y el agua corre por canales que has de atravesar para transitar de una zona a otra. Sin llegar al estruendo de los países musulmanes, la música es lanzada al aire por altavoces discretamente disimulados en farolillos. Además no es música enlatada sino realizada en directo desde el templo de oro.
Ahora el objetivo es Daramsala, la residencia en el exilio del Dalai Lama. Quizá consigamos verlo en alguna audiencia pública Daisuke así lo desea. Se ha sacado fotos con muchos Premios Nobel, y con personajes importantes como el ahora fallecido Edmund Hillary. Salva y yo bromeamos diciendo que mejor no sacarse una foto con Daisuke pues luego es posible que fallezcamos?
El ambiente entre los tres es óptimo y casi siempre festivo. No hay más que un objetivo común. Poner kilómetros en nuestras piernas.
Desde la India, Paz y Bien, álvaro neil el biciclown

lunes, 17 de noviembre de 2008

En la Isla de Bad (Pakistan, 17-11-2008)


A los tres días de llegar a Islamabad apareció el dueño de la casa en la que me hospedaba. César regresaba de España tras sus vacaciones anuales. Me sentí extraño recibiendo a alguien en su propia casa. Hacía años que no nos veíamos, desde que nos conocimos en Zimbabwe, pero poco había cambiado. Me encontré el mismo hombre sencillo que dejé atrás. César se ocupó de mí todos los días, casi dos semanas, que pasé en la Isla de Bad. Gracias por tu generosidad.

Islambad, o la Isla de Bad como le llaman algunos expatriados, es precisamente una isla. Una ciudad cuadriculada, con grandes y ordenados barrios que se conocen por su numeración más que por su nombre. Cuando le preguntas a alguien donde vive parece que te contesta como si estuviera jugando a los barcos: F-8 ó G-6.
Afortunadamente pude contar también con los servicios del conductor de mi amigo para desplazarme por esa ciudad fantasma y atípica, una Isla en un país muy diferente a la capital. Sin ir más lejos a solamente 14 kms de la capital se halla Rawalpindi, un reflejo perfecto de lo que es este país. Los triciclos que arruinan con su ruido el oído de los viandantes no pueden entrar en Islamabad. Es realmente una isla.
Tras la intensa actividad de los últimos días tocaba partir. Nunca hay un buen momento para regresar a la ruta. Simplemente hay que ponerse en camino. Una conferencia en la Universidad, un buen espectáculo, entrevistas en la televisión y? una gran sorpresa. Dos ciclistas llegaron a Islambad. Dos viejos amigos. Daisuke, el japonés que lleva viajando diez años, y al que encontré primero en Egipto y luego en Irán, y Salva, el granadino al que encontré en Irán por dos veces y con el que viajé unos días por ese país rumbo a Mashad. Ahora hemos partido juntos de la Isla de Bad. Primero pasé por la Embajada de España para despedirme del Embajador y de los trabajadores, policías y demás diplomáticos y personal que con tanto cariño me han tratado estos días. Gracias de corazón y espero nos veamos pronto. Mi ruta debería pasar por Pakistán en abril del dos mil nueve, pero ?, mejor ni hablar del futuro.
La emoción de compartir la ruta con dos viejos leones es enorme. Se nota que todos tenemos larga experiencia en viajar. Aunque cada uno tiene una forma diferente de tratar con los pakistaníes que nos rodean en cada pueblo. La solidaridad pakistaní ha vuelto a aparecer y si el primer día era un jóven estudiante quien nos invitaba al almuerzo, al día siguiente un contacto proporcionado por César nos regalaba un almuerzo no picante. Y a las noches nos las ingeniábamos para dormir los tres en una habitación de hotel con una sola cama o, como ocurrió el último día, en el recién construido edificio del Ministerio de Asuntos interiores en Kamoke. Una suntuosa edificación de techos inalcanzables para la vista y con columnas de estilo dórico tirando a corintio. Una horterada muy cómoda para pasar la noche cuando has estado todo el día navegando entre pitidos de camiones, autobuses y cagadas de caballo. El ruido es parte de la vida en el sur de pakistán como lo es la basura que parece florecer del suelo y en la que los niños bucean sin escrupulos. El trabajo infantil es una realidad muy viva en esta parte del país. Hoy, sin ir más allá, un niño de unos ocho años me ha servido el té con leche para desayunar y otro, de doce años, me ha traído una Pepsi para almorzar.
Desde Lahore, Paz y Bien en mi quinto año, el biciclown.