lunes, 16 de junio de 2008

Visas hunting (Irán 16-06-2008)

Un país con muchas montañas y muy pocos árboles. El viento generalmente sopla del Oeste, aunque en las colinas no se deja sentir apenas. Mis piernas están acostumbradas ya a empujar los ochenta y cinco kilos de la bici hacia arriba. Pero siempre hay que sufrir un poco más de la cuenta. No es fácil superar los 2.500 metros

Y en esta parte de Irán, las montañas son interminables. No acaba una y ya empieza otra. La mayoría de los camioneros me sobrepasan haciendo tocar la bocina, como si no fuera bastante suplicio su bocanada de humo. Salvo uno que se detuvo a darme agua y, como no, a sacarme una foto. Días más tarde cuando había llegado a Zanja y recorría sus oscuras calles a la caza de algo de comida, al pasar cerca de una tienda de reprografía, alguien me dijo Hello. Ni contesté, ni me giré, ni me paré. Ya estoy acostumbrado a que me saluden así en Irán: Hello mister, how are you, I am fine thank you. Ellos lo dicen todo. Pero él que me dijo Hello, vino a detenerme. Me puso el móvil delante y me enseñó una foto. Era yo con mi bici. Él era el camionero que me dio agua días atrás en la subida. Acabamos la noche cenando en un restaurante en donde me invitó. En Irán es mejor salir a la calle sin muchos planes.
Como el día que llegué a Qazvin tras más de ciento ochenta y cinco kilómetros en bici. El terreno era llano y el viento me acariciaba la espalda. No digo que fue fácil porque fueron siete horas y media pedaleando, pero llegué entero a la ciudad. Esta vez a la búsqueda del hotel un chico se detuvo a ayudarme con su coche. Pero al enterarse de mis pretensiones de encontrar hotel por tres euros, acabó por llevarme a su casa. Primero telefoneó para que las hermanas y la madre desaparecieran de la escena. La mujer vive en Irán de tapado. Nos dejaron un plato de fruta en el alfombradísimo salón, bastante rococó, y tras la ducha mi amigo me llevó a cenar. Pero de camino en el coche me contó un secreto mortal. Soy adicto a la heroína. No podía creer que la pudiera conseguir en Irán, pero por lo visto viene a toneladas de Afganistán. Antes de ir a cenar fuimos a comprar su dosis diaria, pues estaba sufriendo una crisis. Le acompañé a una habitación oscura a las afueras donde, en la penumbra, un amigo también adicto le aguardaba para juntos meterse la heroína.
Que disfrutes, le dije sin saber muy bien cómo reaccionar.
No, amigo mío, me dijo, estoy sufriendo y esta es mi medicina. Es como el período.
Con veintiocho años mi nuevo amigo tenía los días contados. Al salir tuvimos que tomar un taxi para recorrer varias calles. Él conocía al taxista. Su hermano también era adicto. No puedo decir que haya muchos adictos en Irán, pero seguro más de los que reconoce el Gobierno. También el alcohol se puede encontrar fácilmente e imagino el sexo. Un país con tantas restricciones para los jóvenes es una bomba de relojería. No se pude ir contra la naturaleza.
Tras varios días subiendo montañas, por fin enfilaba el descenso. Pero Kogadonga de nuevo sería protagonista. Un tornillo que sujeta el portabultos se partió y tuve que hacer los últimos veinticinco kilómetros en coche. En el taller tardaron casi dos horas en sacar el tornillo roto que había quedado dentro del cuadro. Hay días que no terminan nunca.
Por fin tras otros ciento cincuenta y siete kilómetros entré en Teherán. Suerte para mí que era viernes y por lo tanto festivo. Las calles estaban casi vacías. Si el Cairo me parecía peligroso, no lo juzgo así, tras cruzar un par de calles en Teherán. Aquí los coches no frenan lo más mínimo si quieres cruzar. Es verdaderamente arriesgado ir al otro lado de la calle.
Ahora me paso los días en la ciudad, pero sin bici. Las Embajadas de los países que debo cruzar: los famosos Stan, están bien lejos. Abren solo un par de horas cada día y no facilitan las cosas. La visa de Uzbekistán tardarán tres días en darla. Una vez obtenida podré pedir la de Turkmenistán, que demoran una semana o diez días. Pero mientras puedo ir pidiendo la de Tajikistan, que SOLO son dos semanas de espera. La de Kirzigistan la pediré en Dushanbe, capital de Tajikistan, y la de Kazahastan en Bishkek, capital de Kirzigistan. Y así, con más paciencia que un contador de hormigas, voy preparando mi futuro. Es la caza de visados.
Sobre los espectáculos no parece que la situación sea favorable. Los de ACNUR no han conseguido los permisos oportunos para actuar ante los refugiados afganos. La Embajada de España en Teherán ha hecho lo posible y gracias a algunos de sus miembros del cuerpo diplomático y empleados, las cosas pueden ser un poco más fáciles en Irán.
Pero sobre todo gracias a la familia que me aloja. Es curioso ver a la mujer, vestida normal en casa, y taparse como si fuera a un funeral, cuando sale a la calle. A las mujeres en Iran no se les puede ver el cabello. La ciudad está plagada de esos vampiros o berenjenas, que se mueren de un calor religioso insoportable.
Como Teherán. Una capital con un tráfico inhumano, con una polución que no deja ver el cielo azul y con un ritmo que nadie entiende pero que todo el mundo tararea.
Me escaparé unos días a Isfahan y a Persépolis mientras las embajadas van pensándose si darme las visas o no, y a la vuelta os contaré maravillas de esos lugares.
Día 1306, Paz y bien, el biciclown.