viernes, 21 de noviembre de 2008

La hospitalidad de oro (India, 21-11-2008)


Las motos se echan encima y los coches se incorporan sin mirar. No hay respeto por el ciclista sino la ley del más fuerte La contaminación es tan alta que obliga a pedalear con un pañuelo para proteger la boca y la nariz, aunque hace mucho calor. La salida de Lahore ha llevado un par de horas y un par de broncas con los descerebrados conductores. Pero por fin llegamos a la frontera de Pakistán.

El show aún no ha comenzado y los policías que luego montarán el numerito con sus trajes de gala y sus tocados de pavo real, están relajados en sus uniformes de campaña. El show se celebra cada día con motivo de la arriada de la bandera y del cierre de la verja. Durante media hora los policías más altos y fornidos de Pakistán y la India montan una coreografía digna de una película de Bollywood. Con paso marcial y gritos de provocación al vecino, al estilo de los maories antes de empezar el partido de rugby. Cientos de personas viajan cada día en autobuses y rickshaws a la frontera para animar a su país. Infantil representación marcial que comenzó hace más de cuarenta años y que parece más una obra para niños que una actuación de hombres padres de familia.
Pero a la hora en que cruzamos la frontera aún no ha empezado el show. Los policías de ambos lados, especialmente los indios, son muy simpáticos aunque no nos traen la cerveza que nos habían prometido. Con el sol escondiéndose entramos en la bulliciosa Amritsar fundada en 1.577 por el cuarto guru de los Sikh. Alli se levanta un templo de oro sobre un estanque rodeado de una impresionante construcción del tamaño de El Escorial. En el templo hay dormitorios gratuitos para los viajeros, aunque sean ciclistas y no sepan nada de los Sikhs, y comida desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. Solo hay dos condiciones. Debes cubrirte la cabeza para andar por el templo y debes dejar los zapatos en la habitación. Cada poco el suelo es limpiado y el agua corre por canales que has de atravesar para transitar de una zona a otra. Sin llegar al estruendo de los países musulmanes, la música es lanzada al aire por altavoces discretamente disimulados en farolillos. Además no es música enlatada sino realizada en directo desde el templo de oro.
Ahora el objetivo es Daramsala, la residencia en el exilio del Dalai Lama. Quizá consigamos verlo en alguna audiencia pública Daisuke así lo desea. Se ha sacado fotos con muchos Premios Nobel, y con personajes importantes como el ahora fallecido Edmund Hillary. Salva y yo bromeamos diciendo que mejor no sacarse una foto con Daisuke pues luego es posible que fallezcamos?
El ambiente entre los tres es óptimo y casi siempre festivo. No hay más que un objetivo común. Poner kilómetros en nuestras piernas.
Desde la India, Paz y Bien, álvaro neil el biciclown

lunes, 17 de noviembre de 2008

En la Isla de Bad (Pakistan, 17-11-2008)


A los tres días de llegar a Islamabad apareció el dueño de la casa en la que me hospedaba. César regresaba de España tras sus vacaciones anuales. Me sentí extraño recibiendo a alguien en su propia casa. Hacía años que no nos veíamos, desde que nos conocimos en Zimbabwe, pero poco había cambiado. Me encontré el mismo hombre sencillo que dejé atrás. César se ocupó de mí todos los días, casi dos semanas, que pasé en la Isla de Bad. Gracias por tu generosidad.

Islambad, o la Isla de Bad como le llaman algunos expatriados, es precisamente una isla. Una ciudad cuadriculada, con grandes y ordenados barrios que se conocen por su numeración más que por su nombre. Cuando le preguntas a alguien donde vive parece que te contesta como si estuviera jugando a los barcos: F-8 ó G-6.
Afortunadamente pude contar también con los servicios del conductor de mi amigo para desplazarme por esa ciudad fantasma y atípica, una Isla en un país muy diferente a la capital. Sin ir más lejos a solamente 14 kms de la capital se halla Rawalpindi, un reflejo perfecto de lo que es este país. Los triciclos que arruinan con su ruido el oído de los viandantes no pueden entrar en Islamabad. Es realmente una isla.
Tras la intensa actividad de los últimos días tocaba partir. Nunca hay un buen momento para regresar a la ruta. Simplemente hay que ponerse en camino. Una conferencia en la Universidad, un buen espectáculo, entrevistas en la televisión y? una gran sorpresa. Dos ciclistas llegaron a Islambad. Dos viejos amigos. Daisuke, el japonés que lleva viajando diez años, y al que encontré primero en Egipto y luego en Irán, y Salva, el granadino al que encontré en Irán por dos veces y con el que viajé unos días por ese país rumbo a Mashad. Ahora hemos partido juntos de la Isla de Bad. Primero pasé por la Embajada de España para despedirme del Embajador y de los trabajadores, policías y demás diplomáticos y personal que con tanto cariño me han tratado estos días. Gracias de corazón y espero nos veamos pronto. Mi ruta debería pasar por Pakistán en abril del dos mil nueve, pero ?, mejor ni hablar del futuro.
La emoción de compartir la ruta con dos viejos leones es enorme. Se nota que todos tenemos larga experiencia en viajar. Aunque cada uno tiene una forma diferente de tratar con los pakistaníes que nos rodean en cada pueblo. La solidaridad pakistaní ha vuelto a aparecer y si el primer día era un jóven estudiante quien nos invitaba al almuerzo, al día siguiente un contacto proporcionado por César nos regalaba un almuerzo no picante. Y a las noches nos las ingeniábamos para dormir los tres en una habitación de hotel con una sola cama o, como ocurrió el último día, en el recién construido edificio del Ministerio de Asuntos interiores en Kamoke. Una suntuosa edificación de techos inalcanzables para la vista y con columnas de estilo dórico tirando a corintio. Una horterada muy cómoda para pasar la noche cuando has estado todo el día navegando entre pitidos de camiones, autobuses y cagadas de caballo. El ruido es parte de la vida en el sur de pakistán como lo es la basura que parece florecer del suelo y en la que los niños bucean sin escrupulos. El trabajo infantil es una realidad muy viva en esta parte del país. Hoy, sin ir más allá, un niño de unos ocho años me ha servido el té con leche para desayunar y otro, de doce años, me ha traído una Pepsi para almorzar.
Desde Lahore, Paz y Bien en mi quinto año, el biciclown.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Una mujer de bandera (Pakistan, 06-11-2008)


En una sociedad por definición machista, por estética poco bella y por colorido una saya negra, he encontrado un ángel de belleza sin par

Su alma posee un resplandor que ciega a los espíritus mezquinos y boquiabiertos a los de corazón sensible. Es la antítesis de la superestrella y hasta su cuerpo, diminuto, parece querer desaparecer de la escena para no tomar protagonismo. Acompañado de un matrimonio adorable de Suiza que lleva una vida en los países más problemáticos de la Tierra haciendo el bien, llegué a Rawalpindi a la escuela de nuestra bella dama. Lo primero que llamó mi atención es que la escuela que dirige no tiene anuncio alguno en el exterior. Dentro los alumnos asisten, descalzos y sentados sobre una esteras, a las explicaciones de las maestras (todas ellas voluntarias). Esta escuela abierta hace unos meses funciona casi sin dinero y con mucho amor. Recoge a niños y niñas de la calle, musulmanes y cristianos, y les brinda una educación por las mañanas. A las tarde los chicos van a trabajar. A veces, cuando hay dinero, les dan una comida antes de ir a casa. Muchos llegan tarde y Zehra no les regaña. Les ofrece dinero para el trasporte aun sabiendo que algunos lo emplearán en otras cosas ?hay que darles confianza?. Nunca les regaña y mucho menos les levanta la mano pues ya han sufrido bastante. Los chicos son adorables, educados, humildes pero tristes. En esta sociedad la risa está muy soterrada. Durante los primeros cinco minutos del espectáculo no se oía ni el zumbido de la mosca. La risa se fue abriendo camino por el intestino, lentamente, hasta subir al esófago y llegar a la garganta. Zehra estaba feliz. La noche siguiente me invitó a cenar a su casa. Allí siguió dándome lecciones de vida que yo trataba de grabar en mi memoria. En invierno pretende dar mantas a los chicos que duermen en la calle. No lo hace ella personalmente. Su ego no lo admitiría. Su idea es mucho más brillante. Le da las mantas a los chicos de la calle que van a la escuela para que ellos se las entreguen a los que duermen. Asi consigue que los primeros se sientan felices por ayudar a los demás. Lo hacen de noche, cuando el frío ha podido con el insomnio del pobre desgraciado que se protege con cartones, para que este no sufra la posible humillación de verse ayudado.
Le he pedido a Zehra un número de cuenta bancaria para que alguien pueda ayudarla. Durante diez años ha montado la escuela en el jardín de su casa y sólo ahora, con una donación, ha conseguido un edificio para la escuela. En el tiempo que la escuela estaba en el exterior ella solía enfermar. No quería ponerse un jersey porque muchos chicos tampoco tenían. Su marido se enojaba, cariñosamente, con ella. Zehra no me ha querido dar el número del banco. Su inocencia le impide mancharse la boca con asquerosos dígitos. Tienen una página web del proyecto que posiblemente no funcione pues tienen más cosas de que preocuparse.
Rah-e-amal

Es el nombre de la escuela. Significa en urdu acciones en el camino. Las de Zehra son de las que dejan huella profunda. Su mail fashat@comsats.net.pk a lo mejor está activo y su teléfono 00 92 51 448 6527 a lo mejor lo han cortado.

martes, 4 de noviembre de 2008

A escupitajo limpio (Pakistan 04-11-2008)

Qué hermosura. No solo el fortasec que ha cumplido su cometido atajando la diarrea, sino estos paisajes. Si la Karakorum High way es hermosa, esta valle alejado de la circulación de vehículos, rodeado también por montañas nevadas y bosques de pinos es una maravilla.

He atravesado otros dos pueblos fantasmas, cuyos habitantes han bajado a la ciudad huyendo de las nieves, y me he detenido a tomar un café y a disfrutar de unas vistas que ni el mejor Hotel del mundo puede tener. Ante mis narices el Malika Parbat (la Reina de las montañas), de 5.129 metros, una montaña que posee la hermosura y hasta la arrogancia de una mujer que se sabe deseada.
Los primeros habitantes que me topo tras casi un día en este valle trabajan en un deshabitado restaurante de carretera. No consigo que me cobren el chapati (pan). Les pago y me devuelven el dinero. A cada curva surge una nueva montaña que me deja boquiabierto. También una nueva subida que lo consigue, como no. Los obreros trabajan en la reparación de la carretera que los ríos se tragan por momentos. Uno de ellos, con un inglés débil y dulce a la vez, me pide que me detenga para hablar de mi viaje. Uauhhh¡¡¡, pienso, como no voy a parar a charlar con una persona tan educada. Gana menos de tres euros al día y vive en la ruta.
Esa educación es tan rara como encontrar por aquí un aguacate. Si el escupir fuera deporte olímpico los pakistaníes serían oro seguro. Tratar de comer viendo al vecino escupir continuamente exige más fe que la de profesar una religión teniendo catorce años. No es un escupitajo normal, provocado por una mala masticación o un esporádico catarro. No que va. Es un escupitajo provocado en toda regla. Con alevosía y profundidad. Precedido por una búsqueda en lo más recóndito de los pulmones y acompañado por el sonido gutural tan desagradable en estos casos. A continuación el escupitajo no abandona la boca en súbita huida. No que va. Se queda colgado de los labios unos instantes (eternos para el espectador) a la manera de un suicida que tratara de asir con su mano la cornisa del puente ha quedado por encima de su cabeza. En ningún otro país como Pakistán he observado ese amor a la salivación. Será esa la razón por la que los habitantes de tan hermoso país no se sientan en el suelo sino que permanecen en cuclillas. Sabedores como son de que toda la superficie está regada de certeros salivazos de sus compatriotas.
He llegado a Naran. Una villa que podía haber sido idílica sino hubieran construido decenas de hoteles sin criterio urbanístico alguno, a uno y otro lado de la única carretera que atraviesa el pueblo. Ahora más del noventa por ciento se encuentran cerrados. La temporada dura sólo tres meses y ya ha terminado. Las montañas que rodean Naran, repletas de pinos y nieve, asisten desoladas al espectáculo de cemento y basura que crece allá abajo. Por la fría arteria central de este pueblo circulan sus habitantes masculinos envueltos en una manta de color preferentemente marrón. Se me antoja que no van a ningún lado. Simplemente tratan, con la caminata, de sacudirse el frío. A veces se detienen en el puesto de un amigo a calentarse en la fogata que al atardecer alumbra la ciudad más que la electricidad. Esta desaparece a cada minuto. Lo cual es una gloria para el sentido auditivo. Pues los megáfonos colocados cada cien metros y que llaman a la oración a todo Cristo (aquí sería más cierto decir a todo Ala) no funcionan sin electricidad. Un par de veces al día, la llamada a la oración, tiene su encanto. Pero cuando ocurre antes de que salga el sol le hace a uno maldecir cualquier religión que no respete el descanso.
La mujer pakistaní sigue siendo para mi la gran desconocida. Tras tres semanas en este país aún no he podido, no digo ya entablar una conversación, sino CRUZAR LA MIRADA. Tras muchos meses en países musulmanes, que queréis que os diga, que a mí lo del velo no me va. Para ligar es un desastre. Pero para el hombre local el invento es fenomenal. Los matrimonios en los pueblos se arreglan por las familias. Los que tienen suficientes rupias tienen dos o tres mujeres. Con cada una de ellas cinco hijos y a dormir caliente todas las noches. Yo por mi parte, sigo fiel a mi saco de plumas.
Sin papel higiénico en la mano, Paz y Bien, el biciclown.